Como vivo y emotivo testimonio de los dramas humanos que hay detrás de lo que genéricamente se llama ‘recuperación de la memoria historia’, Miguel Mateo narra en una misiva la desgarradora historia de su madre, Enriqueta Horcajuelo, que a su avanzada edad no tiene otro deseo que exhumar los restos de su padre, Enrique Horcajuelo Ramos, fusilado por la Guardia Civil en 1942 y cuyos restos están en una fosa común del cementerio de Talavera.
Cuando comenzó la guerra, Enrique tenía 22 años, esposa, dos hijas y un cuñado, Manuel Torres (el ‘tío Lilo’), fusilado posteriormente también tras hacerle cavar su propia tumba en el cementerio de Talavera, con el que trabajaba con ahínco y alegría en las tierras toledanas de San Bartolomé de las Abiertas. Como sindicalista activo y convencido, al estallar el conflicto Enrique creó en compañía de otros campesinos y del propio alcalde socialista de San Bartolomé -Julián Ramos, también fusilado en el cementerio de Ocaña- el Comité de Defensa del Pueblo, aunque finalmente se alistó en el frente como voluntario, en la unidad del celebre militar comunista conocido como ‘El Campesino’, al comprobar que el golpe de Estado no iba a fracasar.
Tras luchar valientemente y ser ascendido a sargento, Enrique volvió a su pueblo al finalizar la guerra, triste por la derrota republicana, donde es arrestado por la Guardia Civil, trasladado a la ‘cárcel de la Seda’ y, tras unos años de penuria, vilmente asesinado el 17 de octubre de 1942. Ahora su familia tan sólo pide, poder honrar su memoria.