El machismo no es una actitud aislada en el conjunto de actitudes de cualquier sujeto. Más que eso, el machismo es, sencillamente, la incapacidad de reconocer al otro como individuo. Y no importa demasiado que esta falta de reconocimiento se produzca en razón de su sexo, raza, nacionalidad o religión; lo que importa es, precisamente, la incapacidad absoluta de comprender que el otro comparte con el sujeto las mismas obligaciones y derechos que el conjunto de individuos de la especie humana y, como el resto de los individuos, posee todo un conjunto de especificidades que lo hacen único e inigualable garantizando, con ello, la propia supervivencia de la especie.
Esta ausencia de empatía queda en evidencia de numerosas formas, a veces tan sutiles, que ni siquiera somos conscientes de ello. El paternalismo, disimulado como exceso de confianza o, incluso, de indulgencia, es una de las formas más comunes de un machismo que disimula las fauces del monstruo bajo un barniz amable de sonrisas y gestos que acaban ocultando arraigadas creencias y tópicos inconscientemente asumidos respecto a la superioridad del varón sobre la mujer.
Ser mujer es difícil. La historia de las mujeres es una historia de sangre, desesperación y lucha contra los tópicos consuetudinarios que dictaron su destino hacia el interior de los hogares, la cama y la cocina, como si el resto de facetas de la vida fueran un predio exclusivo de los hombres, demasiado ocupados en admirarse a sí mismos como machos, protectores y amantes como para escuchar, siquiera a sus parejas.
Y, aunque en apariencia los tiempos están cambiando, no es menos cierto que las cosas no han cambiado tanto: la distancia entre lo que fue y lo que es, sigue siendo demasiado corta como para lanzar las campanas al vuelo y confiarse. Lo vemos todos los días en las declaraciones de algunos a la prensa, en las salas repletas de los cines, en la publicidad de revistas, televisión y discotecas, en las juntas directivas de las grandes empresas, en los cargos representativos de algunos partidos políticos, en las calles desiertas y descampados, en los hogares desechos por la ignorancia, la virilidad mal comprendida y la violencia…
Por eso no está de más recordar, en febrero, que falta menos de un mes para marzo. Y que el ocho de Marzo sigue siendo necesario.
Flora Bellón es concejala y diputada provincial por el PSOE