Este fin de semana pasado leía con preocupación un artículo en el País titulado “Bosnia en el disparadero”. En él se confirman algunos de los peores temores acerca de la evolución de la situación en el complejo rompecabezas bosnio. Una vez más en la complicada historia de los Balcanes se están poniendo las bases para un conflicto dispuesto a llevarse por delante a los más débiles, en este caso la comunidad musulmana de Bosnia. Demasiados disparates se han escrito y dicho sobre los musulmanes de Bosnia Hercegovina, la inmensa mayoría provocados por el terrible desconocimiento que en Europa se tiene sobre dicha comunidad. Personalmente es una cuestión que me afecta muy de cerca…
En enero de 1996 llegué por primera a Mostar, tan solo seis semanas antes se habían firmado los acuerdos de Dayton que pusieron fin a la guerra de los Balcanes y sentaron las bases del próximo conflicto. Era de noche cuando entramos en la ciudad. El Bulevar separaba los barrios croatas de los musulmanes, en su acera este apenas quedaba un edificio en pie. Toda la mitad oriental era una gigantesca escombrera en cuyos recovecos sobrevivían anónimos héroes supervivientes a la matanza de bombardeos indiscriminados a población civil. Los edificios al otro lado de la calle apenas mostraban heridas de ráfagas de armas ligeras… No había ninguna explicación racional a aquello: una mitad de la ciudad había masacrado y destruido a la otra.
Obviamente uno siempre tiene tendencia a alinearse con el débil en un conflicto, y allí estaban muy claras las cosas… Sin embargo fue un detalle casi banal el que me identificó plena y emocionalmente con la población musulmana de Mostar. Dentro de aquella destrucción: edificios literalmente demolidos a cañonazos, el puente sobre el Neretva volado, los bellos minaretes destruidos, pues eran un blanco ideal para los artilleros croatas, ni un solo edificio habitable…. Entre la oscuridad de las calles y los terribles esqueletos de los edificios arrasados, un edificio había comenzado su reconstrucción, quizá el único en todo Mostar oriental. Un letrero informaba que se trataba de una escuela…
Luego tuve suerte y conocí a muchos bosnios musulmanes. Sus historias eran terribles. La guerra no es más que un montón de mierda, en especial si una de las partes no tiene como defenderse.
Con ese horrible impacto emocional regresé a España, aproveché para informarme minuciosamente sobre lo que allí había pasado. Y tres meses después regresé, en esta ocasión a Tuzla y Sarajevo. Se me cayó el alma a los pies ante las ruinas de la biblioteca de Sarajevo, recorrí Snipers Avenue (la avenida de los francotiradores), incluso hablé con alguno de los pocos sefardíes supervivientes al cerco, me estremeció la visión del estadio olímpico convertido en cementerio, conocí y conviví con muchas familias musulmanas en Tuzla… Y una pregunta sobrevolaba constante mi cabeza ¿por qué occidente permitió esto?.
Se calcula que de los 150-200.000 muertos que hubo en aquel conflicto el 80% fueron civiles bosnios, la inmensa mayoría musulmanes. En Europa se veía o se dejaba entrever que aquella población podía suponer una puerta de entrada del integrismo musulmán en Europa y que por tanto su aniquilación no era para tanto. Se fomentó el desconocimiento de aquella población indefensa y que molestaba en los intereses geoestratégicos de las potencias occidentales.
Los bosnios musulmanes constituían en la antigua Yugoslavia la minoría intelectual y un pocentaje elevado del campesinado rural. El modelo de convivencia en la capital Bosnia, Sarajevo, era internacionalmente reconocido. Las mezquitas, iglesias católicas y ortodoxas, y sinagogas compartían muros en su barrio viejo. Todo voló por los aires por la intransigencia del régimen serbio, y se nombró con el horrible eufemismo de limpieza étnica lo que allí sucedió. Europa, presunto garante de los regímenes de paz y convivencia, fue un torpe aliado de los más crueles asesinos.
No hay nada más alejado que un bosnio musulmán del tópico del extremista islamista que hemos configurado en occidente. Es más, se trata de una comunidad de tolerancia y convivencia mucho más cercana a los valores que defendemos en Europa que los croatas o los serbios. Una pincelada al respecto, la actual Croacia mantiene en su escudo el damero rojiblanco, símbolo usado por los ustacha, que fueron una organización terrorista aliada de la Alemania nazi y de claro corte racista; mientras que los chetniks serbios, eran descendientes de las guerrillas partisanas, pero en la guerra de Bosnia degeneraron en diversos grupos paramilitares encabezados, entre otros, por angelitos como el genocida Radovan Karadzic.
Durante la guerra, en el sur, los católicos croatas bombardeaban Mostar sin encontrar resistencia, y masacraban a la población civil; luego iban a confesar y lograr el perdón por sus pecados a Medugorje, lugar de peregrinación en la actualidad de numerosos españoles, pues al parecer allí se apareció la Virgen. Por su parte, en el centro y el norte el cobarde ejército serbio y serbo-bosnio se dedicaba al pillaje, al exterminio de la población civil indefensa y a la violación masiva y sistemática como arma de guerra. Con el episodio más vergonzante para occidente de todo aquello, la masacre de más de 6000 civiles en Srebrenica. En Sarajevo, se dedicaban a bombardear y matar civiles despreocupadamente, pues se sabían impunes, hasta que una tímida operación militar de la OTAN puso fin a la matanza. En cuanto tuvieron una mínima resistencia y riesgo, las poco agerridas tropas serbias firmaron el armisticio.
El nudo gordiano de esta situación fue el apoyo internacional recibido por Croacia, especialmente desde Alemania y Austria; mientras que el bando serbio contaba con el apoyo de Rusia entre otros. Entre ellos quedaron aislados los bosnios, cuyo ingenuo presidente a la cabeza, Alia Itzebegovic, confiaron en que la defensa de un régimen y sistema multicultural sería su principal defensa frente a los totalitarismos de sus adversarios. El resultado es el ya conocido.
La solución que se impuso desde los acuerdos de Dayton para Bosnia fue un parche, y así parece estar funcionando, tal y como se denuncia en el artículo del que hablaba al principio. De nuevo, la comunidad musulmana vuelve a ser el eslabón débil de la cadena frente a, por un lado, la agresividad serbia fomentada desde Moscú y articulada a través de una entidad como la llamada República Srpska, que se organiza mediante grupos paramilitares herederos de Karadzcic; como por otro, desde la católica Croacia, con el apoyo de sus tradicionales socios alemanes y centroeuropeos. En medio, queda de nuevo la comunidad musulmana que ante veladas acusaciones de derivas integristas y extremistas carece de apoyos sólidos en la zona.
Puede ser cierto que en la comunidad musulmana de Bosnia hayan surgido brotes de intolerancia e islamismo radical en la actualidad…Pero en buena parte se deben a que Europa les volvió la espalda cuando pidieron su ayuda…Y ahora se están viendo en las mismas… Parece que nos encanta repetir errores del pasado.
El panorama me resulta sombrío, y nada me resultaría más horrible que ver de nuevo teñidas de sangre las esmeraldas aguas del Neretva… Nada sería más espantoso para Europa que el regreso de las fosas comunes a los Balcanes…