Stendhal, en ‘La cartuja de Parma’, desliza que “no existe lo ridículo cuando nadie lo nota”. Según este antiguo oficial del ejército francés que invadió Italia y autor de una de las más interesantes reflexiones sobre Napoleón, el ridículo sería un concepto que solo adquiere sentido, carta de naturaleza, existencia real, en la medida en que es percibido por alguien.
De acuerdo con Sthendal, si usted, amigo lector, decide tratar de caminar sobre embudos invertidos a modo de zancos mientras trata de hacer sonar una corneta pero el único sonido que logra rasgar el silencio de la tarde es el crujir del plástico y el boum del batacazo de su cuerpo sobre la arena, sólo en caso de que alguien lo perciba como tal deberá ser entendido como ridículo.
Por extensión, el razonamiento valdría para la infamia, la desesperación, la mentira o un máster en la Rey Juan Carlos. Lo que nadie aprecia no es; lo que nadie ve o siente, no está; lo que nadie cuenta, no sucedió.
Puede ocurrir que usted sencillamente sea incapaz de verse ridículo tratando de soplar una corneta sobre zancos inseguros y que si alguna esencia de sentido del ridículo llama a su puerta lo achaque a la caída y no al intento en sí. De esta manera, si por alguna extraña razón contraria a toda ley de la Física hubiera podido usted recorrer las calles de su pueblo de aquesta guisa, usted sería incapaz de entender la posibilidad de estar haciendo el ridículo. Es una actitud netamente liberal que justifica la moralidad o la dignidad de una actitud por el rédito obtenido, por el esfuerzo empleado en ejecutar una acción en pos de un objetivo, sea cual sea dicho objetivo.
Puede, al contrario, que usted sea consciente sin necesidad del batacazo de que se trata de algo ridículo pero que, por alguna razón, debe hacerse: una apuesta, una llamada de atención, una maniobra de distracción.
Si Sthendal y Tarradellas compartieran un vinillo y unas aceitunas a la sombra de una encina, llegarían a una conclusión unificadora sobre sus dos visiones del ridículo. Ya saben que Tarradellas opinaba que “en política se puede hacer todo menos el ridículo”. Uniendo ambos magisterios, políticos de la talla de Paco Núñez parecen haber llegado a la conclusión de que “no importa hacer el ridículo en política si nadie lo nota”. Lo malo es que eso exige tres premisas: que nadie lo nota, que si alguien lo note disimule, y que si alguien no disimula sea acallado o ridiculizado.
Pero pensar así tiene un riesgo, y un precio. Lo cuenta magistralmente Hans Christian Andersen en ‘El traje nuevo del Emperador’. Cuanto más pelota, sumiso y acallado es el respetable, más duro es el despertar a la cruda realidad.
Así que uno puede leer las declaraciones más cercanas al pensamiento político de Vox en los nuevos líderes del viejo Partido Popular de Castilla-La Mancha sin que nadie en su entorno les recuerde que para ser de Vox ya existe el partido de Abascal.
Paco Núñez que jura por su honor, o casi, defender la tauromaquia de sus más que antipatrióticos detractores, aunque en su pueblo siendo él alcalde se mantuvieran prohibidos y postergados. O también defender la bandera de España como proyecto para Castilla-La Mancha, como si en nuestra tierra no fuera indiscutidamente respetada y ondeada… En fin, a falta de argumentos que nos permitan adivinar algo diferente a lo que fue el gobierno de esa Cospedal a la que debe todo, según dice, en caso de recuperar el gobierno regional, Paco Núñez se agarra a la bandera, a Cataluña, a la mantilla de su presidenta de honor y a los caireles de Morante para reconquistar el voto perdido. En efecto, es ridículo, pero si nadie lo nota…
Lo último vino poco antes de hacer su entrada al Comité Ejecutivo Nacional del PP, afirmando, dice la nota, que “hay que trabajar para ampliar el espectro político y no preocuparse por Vox, porque en democracia no hay que preocuparse por que haya otro partido”. ¿Por qué entonces ese giro histérico hacia posiciones, declaraciones y actitudes más fachas que la camisa de José Antonio? ¿No se dan cuenta de que para ser como Vox es mejor hacerse de Vox?
Pero bueno, amigos, no preocuparse. En democracia no hay que preocuparse de que haya otro partido… mientras no sea podemita y rojo. Él puede ampliar su espectro por la derecha tratando de fagocitar a Vox a base de folclore y puro liberalismo en vena, pero quien atraiga apoyos para sí, ya sean rojos o naranjas, es Satán redivivo.
Me consta que el modo en que Abascal llenó el auditorio de un hotel toledano sí que ha preocupado a mucha gente del PP. Claro que igual cuando Núñez pregunta nadie se lo dice.
Luego pasa lo que pasa… llegará un insensato de Nuevas Generaciones, recién llegado, y señalará a la cabeza del líder: ¡está desnudo! Porque entonces, alguien que no teme hablar lo dirá alto y claro. Les pasó con los recortes, no crean; y con los funcionarios, y con los agentes sociales, o al propio Núñez con el basurero nuclear. Pero el ridículo no existe si nadie lo nota…