sábado, 23 noviembre 2024
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Mi relato sobre las consecuencias y cambios en la vida que conlleva el nuevo Covid-19

Julio Manzano, en el momento de recibir el alta en el Hospital de Talavera.

Eran las 21:30 horas del día 25 de marzo de 2020. Me encontraba en urgencias del Hospital Nuestra Señora del Prado de Talavera de la Reina, tras haber hablado con tres médicos por teléfono, los cuales pudieron escuchar mi mala respiración y afirmar que debería asistir al hospital cuanto antes.

Tardan en atenderme bastante tiempo pese a no haber nadie en la sala de espera (¿Cómo puede ser?). Sin embargo, tiempo después por fin me dicen que vaya solo a consulta (casi me caigo por mi debilidad).

Una vez dentro, la médico me hace una serie de preguntas las cuales casi no puedo responder debido a mi agotamiento y mala respiración. Se trataba de una médica bastante joven, predispuesta, aunque sin personalidad, puesto que después de haber llamado a voces para que me llevara un celador y pese a estar tres personas sanitarias en la entrada de la consulta de charla, ninguno la hace ni caso y tuvo que ir ella misma a buscar al celador

Me realizan una placa de Rayos X y me llevan a los ‘famosos’ sillones, los cuales por lo menos son más cómodos y puedo descansar ‘algo’. Aquí empieza el descontrol.

No somos tantos los que nos encontramos en estas salas de sillones (¿12?) y mientras, una señora profesional sanitaria, con un gorro de lo más original (diría que no era médico), se pone como una fiera al ver que no nos habían ‘pinchado’ antes de llegar a esos sillones. Por su comportamiento hasta llegue a creer que era la dueña del hospital.

Como ya dije, el número de pacientes era bastante reducido en aquellas salitas, y bastante menor a los sanitarios que se encontraban allí, sin embargo había una descoordinación total: botes de sangre que faltaban de unos colores, otros que sobraban de otro color, que si los subimos nosotros, que si bajan ellos a por los botes para analizarlos… 

En mi calidad de gestor de empresas en crisis, de verdad, si llego a tener algo más de fuerza me levanto y los organizo (no parecía tan difícil, más bien lo contrario). En su defensa diré que creo que la situación tan novedosa les superó a todos ellos. Claramente eran profesionales pero, por cualquier razón, estaban muy descoordinados y desorganizados.  

Después de bastantes pruebas, me da la sensación de que no quieren que nadie se quede ingresado. Sobre las 4 de la madrugada me dan el alta a mí y a todos los que se encontraban en aquellos sillones. Que yo sepa no se ingresó a nadie de los de los sillones.

Algo más de 24 horas después de ese ‘curioso’ alta, me encuentro bastante peor y agotado en todos los niveles. Prácticamente siento que no podía apenas respirar. Agotamiento tanto mental como físico. Son mi hija y mi mujer las que me obligan a volver a urgencias al día siguiente (viernes a primera hora). Entro (de nuevo) en el hospital sobre las 9:30 horas y, esta vez, estoy mucho más tiempo esperando en la sala de espera que el día anterior, y eso que solo nos encontrábamos en la sala de espera dos personas.

Se repite de nuevo el ir solo a la consulta, pero afortunadamente esta vez algo cambia, y nada más verme el médico llama a otro compañero y le pregunta en un tono bastante alterado, cómo es posible que el día anterior me mandaran a casa y no hubiese ingresado ese mismo día.

Parece ser que este médico si que fue capaz de ver la clara neumonía y gravedad de la situación. Entendí poco más de lo que hablaron, puesto que mi debilidad no me lo permitía, pero algo me quedó clarísimo: es que iban a ingresarme.

Una vez salgo de la consulta, vuelvo a los famosos sillones. Esta vez hay más pacientes que la noche anterior que estuve, y parece que la organización también ha aumentado (por lo menos no está la ‘dueña’ y yo creo que todos lo agradecían). Eso sí, nos tuvieron allí de 10:30-17.00 horas (mínimo), y durante este tiempo nos fueron ingresando poco a poco a todos los que nos encontrábamos allí. Algo había cambiado: habíamos pasado de no ingresar a nadie a ingresar a todos, lo cual nos salvó la vida a muchos. 

En su contra, quiero hacer contraste que en esas más de 6 horas nadie nos ofreció ni un mísero vaso de zumo, ni siquiera una pastilla que pudiera calmarnos el dolor; incluso con falta de aire y débiles teníamos que ir solos al baño (el cual por cierto no podía ser más cutre).

La gente enferma de los famosos sillones aguantamos lo inaguantable y, sin embargo, hubo un momento en el que parecía que íbamos a amotinarnos (pero solo fue ese momento). A partir de entonces todo cambió.

En mi caso, fui a la tercera planta, medicina interna, la cual según me dijeron se utilizaba generalmente para gente mayor, pero con esta nueva situación se vieron obligados a cambiarlo. Se volcaron en cuidarnos, arriesgando su propia salud, con trajes destrozados (por la lejía) y el resultado fue que nos salvaron la vida a la gran mayoría.  

Nunca diré ni haré lo suficiente para agradecerles al médico/a,  los enfermeros/as, auxiliares de clínica, celadores y personal de limpieza lo que hicieron por nosotros. ¿SE PUEDE SER MÁS VALIENTE QUE ARRIESGAR TU PROPIA VIDA POR LA DE OTRA PERSONA? Desde luego que NO. Y sin embargo, aún quedan los/as cobardes, como ya dije, que suelen tener mando y que no se mojan ni cuando diluvia. Se cuidan muy bien de mantener las distancias con sus buenos trajes y mandan a otros si la cosa se pone fea, por si acaso les ‘salpica’.

Es cierto que algún detalle no fue para nada de mi agrado de este personal, pero lo peor fue su rencor hacia mí, creo que porque no están acostumbrados/as a que se les trate de igual a igual (una mala cualidad del ser humano el rencor). Sin embargo, no quiero hacerme mala sangre, bastante tendrán ellos/as con sus conciencias. Lo importante es que AQUÍ estamos.   

Julio Manzano Sánchez

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