Imagínese una ciudad devastada. Su campo en un eterno barbecho. Su industria desmontada y vendida como chatarra. Sus habitantes han pasado tanto tiempo en ella que no están seguros de cuándo empezó. Se miran unos a otros, preguntándose. Alguien debería hacer algo.
¿Y si hubiera que mirar en otra dirección?
Hace apenas siete décadas se diseñó la creación de pueblos como Alberche del Caudillo, Talavera la Nueva, Bernuy o El Bercial, por nombrar algunos. Fueron los poblados del Instituto Nacional de Colonización. Políticas autoritarias aparte, estas intervenciones territoriales entendieron que el problema de la residencia, la producción agrícola y la dotación de servicios deben solucionarse de manera global. La lectura económica y social del momento apostó por la idea de que el campo debía de servir como base a la industrialización, y no al revés. Como, en opinión del que escribe, sin duda deberíamos hacer ahora admitiendo matices y enfoques.
Con estos poblados no sólo se creó el pueblo físico, sino que se formó a sus habitantes para que desempeñaran con eficiencia las labores pertinentes. Al principio para enseñar las labores. Más tarde para instruir en los nuevos cambios productivos en el campo, que requerían de nuevos conocimientos. Seguramente hoy no necesitemos una mula, sino un sistema automatizado de producción o incluso la posibilidad de aprovechar la luz solar que nutre la extensa vega talaverana. Posiblemente hoy no necesitemos ir a la fuente del pueblo, pero sí la recuperación de los barrios y sus pequeñas plazas. Esto requiere de la creación de un nuevo marco normativo así como de adecuada dotación económica, pero sobre todo requiere de la identificación de los problemas. Dónde hay que cortar, dónde pegar y en qué lugares coser.
Algo poderosamente llamativo en la creación de estos nuevos asentamientos durante el franquismo es la incursión, a pesar del férreocontrol del régimen y su adhesión a la tradición historicista, de una arquitectura contemporánea, más culta, más moderna y en consonancia con corrientes de las que aquí no se quería ni oír hablar. Jóvenes arquitectos e ingenieros encontraron un lugar donde expresar sus innovadoras inquietudes. De alguna manera, un soplo de aire fresco que se convirtió en todo un vendaval y que hoy perdura en algunos lugares.
Sin ninguna duda, Talavera necesita de su propio soplo. Y debemos apostar por los que ahora están cogiendo aire.
Jesús Peco es arquitecto. Pueden ver su trabajo en www.jesuspeco.com
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