Las imágenes de una animada conversación entre dos miembros del Gobierno, tensa tal vez, y la filtración de una frase concreta: “no seas cabezón”, vienen a ilustrar la tan comentada división del equipo ministerial de Pedro Sánchez en dos o tres bloques concretos y enfrentados por temas de bastante enjudia, como la subida del salario mínimo, o el asalto a la Zarzuela, con mayúscula palaciega, no sea que alguien piense que estamos ante un debate de opereta.
La izquierda ha sabido ser una para dotar a España de unos Presupuestos Generales, y ha pagado el precio justo por el apoyo de compañeros de viaje nada recomendables y el riesgo de fraccionamiento definitivo de la sociedad en dos bloques antagónicos e irreconciliables, aderezado todo ello por un lenguaje guerracivilista que, precisamente por ello, exuda rencor, odios añejos y un mucho de matonismo de barra de bar.
Pasados los Presupuestos, y pese al anuncio grandilocuente de que hay gobierno de izquierdas para rato, comienza una nueva era para una España más descentralizada y federal, con Otegui explicándonos cómo tiene que caminar España en los próximos meses, hay quien espera una voladura controlada de una coalición que a partir de ahora podría matar de éxito al secretario general del PSOE y a la sazón, Presidente del Gobierno de España.
Hay indicios de temor y batalla furibunda que llevan a pensar que son los propios socios quienes están dispuestos a asumir el papel de dinamiteros, en una especia de a mí nadie me echa, me voy yo solo, muy nuestra, y que no es mala táctica si de verdad se sienten amortizados y han de preparar el asalto al Poder, pues la parte alícuota de Gobierno no parece satisfacer sus expectativas.
Pablo Iglesias tiene prisa. Rufíán, más prisa aún. Estrategas de formación, uno en las aulas, otro en las calles, no se conforman con celebrar durante un tiempo prudencial el éxito espectacular de unos Presupuestos Generales que traen a España una vacuna importantísima en forma de esperanza, pues saben que la realidad económica y legal terminará imponiéndose a sus planteamientos de proximidad y, sobre todo, de oportunidad.
Pedro Sánchez sigue templando con aire de maestro en el albero de la gran tragedia nacional, y a este paso, nadie podrá acusarle de haber roto unos puentes que, por muy colgantes y asomados al abismo que parecieran, siguen siendo buenos para transformar España no en un país multicolor, sino en un lugar próspero, desarrollado, moderno y de acogida. Las prisas no son buenas consejeras, y España no debe ser país para cabezotas, sino para grandes cabezas pensantes, que no es lo mismo.