In Time, ‘El precio del mañana’ en román paladino, es una película yanqui de ciencia ficción en la que el tiempo de vida se ha convertido en dinero y, por ende, en la forma de pagar las necesidades cotidianas de cada cual.
En el ‘flim’, los personajes mueren de un ataque cardiaco a menos que ganen tiempo y alimenten con él sus relojes de vida, que llevan la cuenta regresiva a través de un artilugio digital, programado desde que nacen, insertado en sus antebrazos izquierdos. Para más señas para la ideológica peña.
Todo se compra y se vende con un tiempo que, al igual que las nóminas y pensiones de la actual y real puta base ciudadana, se va agotando sin remisión en una fatídica cuenta atrás que, como no espabiles, te manda directamente al otro barrio.
Independientemente de los chanchullos, mangoneos, abusos y mercadeo que en torno al acúmulo de tiempo se desvelan en la película de marras, ni que decir tiene que los ricos llegan a atesorar hasta siglos y los pobres se juegan cotidianamente la vida y la pila digital, lo de siempre por otra parte; volviendo a visionar el otro día la peli me dio por extrapolar la cosa, e imaginar qué pasaría si a nuestros cargos y cargas públicos y públicas se les injertara el descrito y amenazante reloj regresivo.
Nunca hasta llegar a la desaparición física en sí de la tribu presuntamente gobernante, claro está, pero sí a salir disparados de sus respectivas poltronas una vez dilapidado y perdido el tiempo previamente asignado para solucionar, o al menos intentarlo, las muchas trabas sociales y laborales de ese personal votante y cuasi flotante que, a su vez, se queda sin tiempo y recursos de manera directamente proporcional a las horas y horas que sus representantes pierden en sus egocéntricas y partidistas chuminás verbeneras.
Que ese hipotético y regresivo reloj digital pudiera, en el maremágnum de la cosa pública, engordar y alimentar sus cifras tan sólo a base de trabajo, responsabilidad y compromiso con todos aquellos que, con sus votos, han contribuido a que sus respectivos relojes vitales gocen, por la cara y la guitarra en la mayoría de los casos, de unas privilegiadas cuentas numéricas negadas, por otra parte, al cada vez menos glorioso y lustroso cuerpo de los curritos de a pie.
Que acabara, en esta Talavera de nuestras vidas y movidas mismamente, el ingente tiempo perdido en batallas tan estériles y cansinas como el habitual ‘más eres tú, tururú’, o en ese viejo truco de pedir obsesivamente desde la oposición lo que ni se hizo ni se pensaba hacer cuando se estaba en el machito municipal.
Una auténtica y vergonzante pérdida de tiempo que, ya digo, dejarían los relojes de los antebrazos políticos paulatinamente sin minutos, hasta llegar a ese último segundo en el que, por absoluta omisión en el obligado servicio al ciudadano, el resorte de las poltronas enviara a los que así lo merecen al limbo político.
Aunque, al respecto, les advierto que todo esto son meros efectos secundarios del agradable visionado de una simple película. La que todos ustedes pueden ver a diario en las más afamadas salas consistoriales, por otra parte. ¿TheEnd?