jueves, 21 noviembre 2024
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Habemus periodistas, a pesar de los robapáginas

David Beriain, periodista español vilmente asesinado en Burkina Faso junto a su compañero Roberto Fraile hace escasas lunas negras, decía no hace mucho en un documental sobre el vivir y el morir de los reporteros de guerra que, a su entender y practicar, el periodismo consiste en contar algo que alguien no quiere que se sepa.

En el alambre más extremo y peligroso de ese convencimiento personal y profesional se le fue la vida, se la arrebataron a tiros más bien, pero el testamento ahí queda para el que quiera usarlo como su propia voz, como su propia alma/arma, que cantaba La Bullonera hace ya la pila de años.

Yo voy a usarlo ahora, velaíle, para reconfortar y animar a esa canallesca local con quien tanto quiero por haberme permitido, parte de ella claro está, ejercer de osado y a veces pesado juntaletras durante tal vez demasiadas tiradas, antes impresas en papel y ahora presas en y por la red.

Y lo hago, compañeros y compañeras, porque soy testigo de cargo y carga de la frustración e impotencia profesional que muchos de ellos y ellas atraviesan por, invirtiendo la envidiable ética periodística de Beriain, verse forzados diariamente a contar algo que alguien, sea persona física o jurídica interesadamente autorizada, quiere y hasta exige que se sepa.

Aunque la cosa en sí a publicar, publicitar más bien, casi siempre derive con el paso del tiempo y las legislaturas en meros y alternativos folletines de política ficción, o micción, para más inri y escarnio.

Ante eso, no siempre se acaba en el monte calvario periodístico como hicieron Juantxu, Anguita, Fuentes, Couso, Beriain o Fraile, todos ellos con cruces mortuorias por la causa, pero sí herido y evacuado en esa desigual batalla de contar no lo que realmente acontece, sino lo que a alguien le parece, apetece o empoltronece, si existiera o existiese este último palabro.

En esta Talavera de nuestras vidas y movidas, mismamente, he visto cómo periodistas de auténtica raza, maestros sin saberlo ni quererlo, han terminado de bibliotecarios y otros oficios varios, incluso de dignísimos amos de casa, hartos de estar hartos de copiar, pegar y no cobrar.

Todo esto ha debilitado al periodismo en su concepto más puro, acaso, pero no del todo al glorioso y esponjoso cuerpo de periodistas, que es a lo que voy.

A veces bastan dos copas y una mirada, o viveversa, para corroborar de que ahí siguen las plumas comanches, sin visibles pinturas de guerra eso sí, porque somos cojos pero no tontos como suele decir uno de los más emblemáticos integrantes de la tribu, prestas a la lucha, que no ducha, informativa.

Aunque, claro, hay que esperar a que la batalla vuelva ser por informar con veracidad al ciudadano y no por el botín/folletín de esas campañas publicitarias tan determinantes en la vida útil, o inútil que de todo hay, de las cabeceras. Que ahí está el tema que nos quema.

Oséase, que no se me vengan abajo, cuates, que todavía hay periodistas. Que lo tengo contrastado. Que saben y mastican, aunque de momento no vomitan, cosas que alguien no quiere que se sepan. Aunque, como en los tiempos más oscuros de la censura, haya que leerles entre líneas.

Entre faldón y faldón, siempre cae y cabe un pescozón. Y en eso estamos. Con el debido respeto a la autoridad competente y al robapáginas siguiente, por supuesto.

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