viernes, 22 noviembre 2024
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De sátrapas y santos

Artículo de opinión de Diana López, diputada socialista en las Cortes de Castilla -La Mancha

“Los hombres solo respetan a los santos y a los tiranos”, escribió Tolstoi.A los santos el respeto les llega por veneración, a los déspotas por temor.

En nuestra sociedad actual estamos poco acostumbrados a reconocer las figurasde santos o tiranos. Los primeros por escasez, los segundos por disimulo. Lo que sí conocemos, por suerte, son líderes por derecho propio: carismáticos en la forma y en el fondo, inteligentes y honrados en su proceder.

Sin embargo, en las últimas semanas estamos viendo como el conflicto ucranio-ruso ha vuelto a poner de relevancia la figura de un líder que no lo es tanto; la de un tiranodisfrazado de demócrata de los muchos que pueblan el mundo. El máximo representante del Kremlin, Vladimir Putin.

Sus intrigas para hacer desaparecer -siempre supuestamente- a sus adversarios e, incluso, a aquellos que siendo partidarios de su régimen alguna vez tuvieron la osadíade ser críticos con sus formas de proceder desde el poder, ponen otra vez sobre la mesa la representación de una de las peores caras de los gobiernos que se creían más propias del s. XIX.: los autoritarismos.

Los sátrapas han ocupado páginas y páginas de toda la Historia de la Humanidad. Tiranos sanguinarios, ególatras y excéntricos que sometían a la población a través del miedo, la represión y -en los peores casos- la ejecución. Los déspotas suceden, o pretenden suceder la mayoría de las veces, a los verdaderos líderes a través de propaganda engañosa que les muestra como hombres hogareños y cercanos o, en los peores casos, a través de la fuerza cuando ven que lo primero no les da el resultado que esperaban. 

Pero, ¿Qué se esconde detrás de la personalidad de estos tiranos? ¿Tienen un cerebro diferente? o ¿Se trata tan solo de personalidades egocéntricas cuyas ansias de poder infinitas les hace distorsionar la realidad y perder la perspectiva?

Volviendo al caso de Putin, un hombre desesperado y desesperante que vive en un estado de rabia perpetuo que le lleva a cometer un exceso tras otro, detractores cercanos a su gobierno aseguran que el complejo napoleónico estaría detrás de una forma de obrar que antes o después podría ponerse en su contra como un “búmeran”.

El Síndrome de Napoleón es el complejo que hace a las personas actuar de una determinada manera para compensar algo que perciben como una desventaja; toma su nombre del emperador Napoléon Bonaparte que, según cuenta la leyenda, compensaba el complejo por su poca estatura buscando el poder, la conquista de territorios y la guerra. Este complejo habitualmente se utiliza para hablar de personas sin poder de las que se entiende que quieren alcanzar el mismo (¿Quién no conoce a alguien etiquetado como débil, pero al cual, al mismo tiempo, achacan el ser “de armas tomar”?); en cualquier caso, resulta curioso verlo en individuos que-características físicas aparte- ostentan ya un una autoridad y capacidad de influencia más que considerable como es el caso del presidente ruso.

Sin embargo, algunas veces no hay que buscar el origen de estas mentes acomplejadas tan en profundidad. Algunos de estos déspotas no tienen nada de especial, simplemente son pastores de su rebaño. Explicar los excesos de los tiranos en términos de mayor o menor capacidad cerebral no tiene amparo científico ni merecen tales alabanzas.

Tal vez, si hubiera que identificar un rasgo común entre los tiranos más conocidos de la Historia, este no sería otro que la frialdad y el ejercicio despiadado del poder. Haciendo una revisión, vemos que no tienen sentimientos ni sensibilidad alguna, no padecen emociones y -sobre todo- no entienden que el sistema de gobierno más justo es la democracia a todos los niveles, y que esta -para ser auténtica- debe ser un juego de roles que garantice a todos los actores el derecho a opinar y el deber de ser crítico con lo que no favorece al sostenimiento del sistema.

Ya en el siglo XVI Étienne de la Boétie escribió que los seres humanos tendían de forma casi natural a la servidumbre del que se erigía como líder de la manada (un rasgo latente de nuestros orígenes animales, con toda probabilidad); y que esto les llevaba a subordinarse a hombres que a menudo no tenían una personalidad desbordante, ni siquiera fuerza física, pero sí muchas ansias de poder y gran capacidad para aparentarlo. “El pueblo sufre el saqueo, el desenfreno, la crueldad no de un Hércules o de un Sansón, sino de un hombrecito. A menudo este mismo hombrecito es el más cobarde de la nación”. De ahí que, si la personalidad del pastor no es el factor clave para explicar las características de una dictadura, tal vez habría que poner el foco en la psicología de su rebaño.

Decía Jung que los dictadores siguen dos patrones: el de tener el complejo de ser jefe secundario de una tribu (el caso de Mussolini) y el de brujo o chamán (es la tipología de Hitler). Sería por lo tanto un error pensar que líder autoritario se convierte en tal por motivos personales, como pretenden achacar a Putin. Millones de hombres sufren complejos y sin embargo no han llegado a ser tiranos en sus equipos de trabajo. Los sátrapas, además de querer superar sus complejos, tienen -por lo tanto- que encontrarse con condiciones adecuadas para conseguirlo.

La obediencia y la sumisión ciegas a una autoridad autodesignada, o designada por otros, son posibles únicamente cuando el grupo se siente debilitado y renuncia a la crítica y a la independencia bajo el influjo de la ansiedad, el temor y la inseguridad. Así, el grupo confía en este individuo y lo venera, del mismo modo que el niño ingenuo confía en el padre y le confiere poderes mágicos. Por lo tanto, envuelve a la persona del líder en un aura de mitología, como encarnación de sus propios ideales y deseos, la realización de su propio resentimiento y su propia grandeza. Creen en las promesas del líder, pues le atribuyen omnisciencia y casi omnipotencia.

No es, por lo tanto, que las mentes despóticas tengan algo especial, es la fragilidad del grupo la que permite su existencia. Estos personajes caen bien a todo el mundo, manipulan, encandilan, encantan, están en una campaña electoral permanente… Y es algo peligroso porque en tiempos de crisis, cuando los verdaderos líderes necesitan brillar a solas, ellos no se van, sino que se quedan en la cúspide del poder. Para ello, siempre utilizan el mismo recurso, el del chivo expiatorio: crean crisis artificiales, enemigos internos o externos o teorías del complot para perpetuarse en el mismo.

Pero el proceder de estos opresores no siempre ha garantizado que culminen sus días plácidamente ni en su cama, ni en su sillón de mando. A la memoria nos vienen las figuras de Napoleón o Hitler que pagaron en el exilio o con el propio suicidio los excesos cometidos durante sus regímenes contra los más débiles; o los numerosos ejemplos que, por desgracia, tiene el continente africano en la historiografía de los dictadores.

A veces, el derrocamiento del que intenta usurpar el poder lícito se muestra al mundo de forma tan cruda como ocurrió con Kanyon Doe en Liberia. Doe, usurpó el poder en 1980 y durante diez años cientos de opositores fueron asesinados. En 1990 fue derrocado por Charles Taylor. Doe fue torturado por sus captores, que mostraron al mundo, una vez más, cómo las víctimas acaban viéndose obligadas a actuar como verdugos para defenderse de los abusos de quienes se creen con derecho a cometerlos por alcanzar cotas de poder mayor, o vaya usted a saber por qué.

Preguntémonos por tanto si, existiendo tantos sátrapas, existen santos como oposición a los mismos. ¿Sería Zelensky una bondad divinadado que ha sido capaz de ganarse el cariño de casi todo el orbe? ¿Podemos considerar santos a aquellos que blanden la espada bajo la excusa de luchar por un bien mayor?

A mi entender, si bien no podemos hablar de santos en el sentido divino, si podemos contemplar siempre el derecho del “débil” a defenderse de toda agresión injusta una vez que el sátrapa utilizó su fuerza, física o política, sabiendo -o creyéndose- con una capacidad de infligir daño mayor que la otra parte a la que se enfrentaba.

Diana López Gómez es diputada socialista en las Cortes de Castilla -La Mancha

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