La imagen es importante. Cualquiera que pretenda dar una buena impresión dedica momentos para acicalarse, con el objetivo de obtener reconocimiento por parte de los demás. No siempre se tiene éxito, pero ninguno podrá negar que la voluntad de parecer mejor está ahí. A pesar de esto, a nadie se le escapa que, si de verdad se pretende apasionar, será su interior el que acabe deslumbrando.
El patrimonio es una cosa peculiar. Todo el mundo quiere cuidarlo, vestirlo de domingo y mostrarlo para regocijo de propios y ajenos. Se enseña con orgullo y se habla sobre su origen y gran influencia en la ciudad. ¿Pero qué ocurre cuando atravesamos la puerta? ¿Qué pasa cuando se descubre que el único interés reside en el mantenimiento de una fachada?
Talavera de la Reina tiene algunos ejemplos de patrimonio reintegrado en la actividad de la ciudad. Recuperaciones como el Centro Cultural de El Salvador, que aúna numerosas actividades y exposiciones con la restauración, son un acierto. Tomarse un refresco bajo la imponente torre albarrana es recomendable para visitantes y foráneos. ¿Y qué me dicen de la Iglesia de Santa Catalina? No solo ofrece una arquitectura majestuosa y bien recuperada (no se pierdan su escalera volada), es que ha demostrado ser un espacio expositivo de primera categoría.
Salvando esto ilustres ejemplos, la ciudad cuenta con una red de edificios patrimonio mucho mayor del que se ve, o del que se quiere ver. El caso del patrimonio industrial es especialmente sangrante. La falta de sensibilidad hacia el mismo ha provocado la eliminación de grandes oportunidades como el antiguo mercado de ganado. O construcciones como la ILTA, que conserva únicamente su chimenea como testigo del crimen. Quizás nadie miraba más allá de su fachada sin adornos ni florituras. El pasado industrial de la ciudad puede ser parte de un futuro prometedor. Y sus edificaciones, hoy abandonadas, algunas incluidas en el Catálogo de Bienes Protegidos, se presentan como las mejores oportunidades que ostenta un tejido urbano.
Aun así, no se lleven a engaño. Proteger fachadas no lleva a ningún lugar si se ha eliminado su contexto o no se adapta su uso. La mencionada chimenea de la ILTA no es más que un brindis al sol para ahogar la culpabilidad de la demolición del conjunto. O las columnas de la gasolinera de la calle Prado, también protegidas, no muestran más que el complejo del que no tiene nada más que enseñar. No caigamos en la nostalgia de un pasado que nunca fue, y asumamos nuestro presente. Un edificio patrimonio sin uso es como un regalo sin abrir, y Talavera necesita seguir desenvolviendo los que tiene.