Salgo a comprar. Y encuentro, entre las uvas pasas, unas de Chile y otras de Turquía. Recuerdo aquella viña de mi infancia, aquí cerca, en Cebolla, que se arrancó, como la mayoría, porque así lo fomentaban las directrices de la Unión Europea. Busco luego, castellanista hasta en lo gastronómico, las lentejas castellanas ¡y son de Canadá! ; origen que se repite cuando quiero arándanos ecológicos. Y si busco nuestro edulcorante tradicional, la miel, encuentro muchas variedades, hasta con azafrán manchego, pero casi imposible que sea de alguna zona cercana.
Quiero ser positivo, y me digo que será que debemos especializarnos en otras producciones, cada uno a lo suyo, a lo que mejor se le dé, y luego comercio internacional.
Mientras lo medito, he llegado a un encinar, donde unos amigos han instalado unos paneles solares, que con apenas dos metros cuadrados sacan agua de un pozo a más de cuarenta bajo tierra. Energía silenciosa, limpia, sin humos ni ruidos. En unos minutos. Y todo el resto del día, y todo el resto de la superficie, sol de sobra. Será eso nuestro futuro, este sol radiante. Y sueño que con otros paneles podían funcionar las máquinas para el encinar, y los huertos, y las tareas del ganado… y hasta el tren que nos llevara y nos trajera…
Pero mi ensoñación se detiene bruscamente: para llegar hasta este paraje idílico de la Sierra de San Vicente he tenido que repostar gasoil, en una gasolinera de una de las multinacionales que sabe dios de dónde lo trae, y dónde lo procesan, y dónde va a parar nuestro dinero.
Mientras, seguimos esperando que alguna institución de fuera nos ayude, nos subvencione, mediante algún programa o proyecto que con más o menos burocracia nos pida inventar o copiar algún proyecto, supuestamente para el desarrollo local. El que han cortado. Paradójico.
Seguimos –y van ya más de 40 años, desde aquello de la Ford- esperando que se instale aquí alguna gran factoría que nos traiga el trabajo, los salarios, el bienestar, la prosperidad. O al menos un nodo logístico de paso desde Europa o la lejana China hasta el Atlántico, allende los mares.
Y yo me pregunto: si podríamos tener nuestra propia energía, limpia; nuestros alimentos, sanos; nuestra ropa –que industria textil nos sobraba-, accesible; si profesionales y artesanía y artistas no nos faltan para tener nuestros diseños, nuestros servicios básicos atendidos, y nuestro entretenimiento y nuestra cultura propios… si hay para nuestros excedentes un mercado inmenso como es Madrid al lado, si había para llevar allí mercancías hasta hace poco un tren disponible; si estamos conectados a una nube a la que subir nuestras ideas y de la que bajar las de otras comunidades…
¿Qué sentido tiene esta penuria depresiva que nos aflige?, ¿Qué sentido tiene esta dependencia letal de que alguien en instancias superiores se acuerde de nosotras, las pobres gentes de Talavera y comarca, y nos conceda unas migajas de sus excedentes?
Así las cosas, la Comarcalización, ese ciclo corto de necesidades satisfechas y posibilidades propias; de gastos y producciones necesarias, cercanas, sanas, demandadas por nuestra propia gente, de nuestra propia tierra; deja de ser nostalgia de otras épocas sin globalizar, o delirios de autarquía; para ser, simplemente, una llamada a la sensatez. A la racionalidad. Espero.
Totalmente de acuerdo, Fidel. No podemos esperar a que papa estado y mama administracion nos den sus migajas…..
en esas andamos, Marisu. Por eso no sirve el enfoque de un órgano de desarrollo comarcal (la Asociación de Desarrollo Comarcal o incluso otra entidad que se ampliase al Sureste y al Noroeste comarcales) que ignore la ciudad central y sólo se dedique a gestionar fondos de ayuda -europeos- para el desarrollo rural