Nos deja uno más de la tropa de periodistas que se ganan el sustento en esta Talavera de nuestros pecados. Primero lo hizo Jota Jota, luego MAS y ahora Adolfo, como le llamábamos desde pequeño. Sí porque él, aunque siempre ha dado esa sensación de grandote, un día fue pequeño. Extraña porque en él era todo de grandes dimensiones, como su corazón y su alma.
Se ha marchado sin hacer ruido, con la elegancia que desprendió toda su corta vida. Hacía tiempo que no se le veía por las calles de esta Talavera que tanto amaba y por la que derramó tantos ríos de tinta y ya no se le volverá a contemplar más. Su fallecimiento nos deja un poco huérfanos a todos. Y mucho más a aquellos que, desde los nueve años, coincidimos con él en el colegio.
Entonces era simplemente Adolfo. Después, cuando analizaba la actualidad, lo hizo con su nombre entero: Gustavo Adolfo y, desde entonces, casi todo el mundo le llamaba así, menos lo que le conocimos hace 51 años. Antes de lidiar en la suerte del periodismo, tuve el honor de conocer a un Adolfo muy distinto al de los últimos años. Eso sí, siempre fue elegante, culto, solidario y bondadoso.
Aún tengo en la retina a aquel Adolfo que deambulaba por el desaparecido colegio Electrón, situado en el actual Palacio de Villatoya, y sus formas. Ya, desde su época de estudiante, ayudaba a los compañeros, algo que recordábamos años más tarde cuando juntos íbamos a recibir la información de aquellas Comisiones de Gobierno que nos proporcionaba Manolo Serrano y nos valía para confeccionar noticias los fines de semana.
Anoche hablé de él con Javier Alonso, ese genio de Osorno. Y me recordaba como en las festivas reuniones de los informadores -siempre en un rincón- estábamos Adolfo y yo hablando de aquella Talavera de blanco y negro que vivimos en tiempos ya casi remotos, mientras el griterío de los compañeros más jóvenes nos reclamaban.
Su vida profesional la inició en El Alcázar y la terminó en El Mundo Comarcal, periódico que fundó; aunque siguió colaborando con El Digital de Castilla-La Mancha, Cope y La Voz del Tajo. Antes pasó por el diario Ya, Onda Cero y La Voz de Talavera, periódico que se relanzó a mediado de los noventa y en cuya redacción coincidimos.
Sujeto de ideas claras, Adolfo dispuso de una significada ideología. Ya en el colegio exponía sus gustos sobre los cantantes que analizábamos en los discos-fórum y no escondía su rechazo a los cantautores de izquierdas. En su vida profesional nunca ocultó su vena quevedesca y desde el Oeste toledano, su columna por excelencia, su ironía hacía disfrutar a muchos y cabrear a otros. Recibió hasta amenazas de algún integrante de un equipo de Gobierno de Talavera, aquello acabó en los tribunales y con la victoria de Adolfo.
Hoy desde aquí, desde esta tribuna particular, te deseo que la tierra te sea leve, compañero –quizá deba decir camarada- y que descanses en paz. Hasta siempre, Adolfo.