Archiconocido resulta en las Españas que lo más normal en Cataluña es que nada sea normal, especialmente cuando se habla de política y de procesos electorales. Llegará un día en que los catalanes acudan a las urnas a elegir, sencillamente, y no es poco, a unos representantes que han de integrar un parlamento, o un ayuntamiento, para que se dispongan a trabajar en la gestión de los asuntos de su competencia, y no en filosofar sobre cómo han de sentirse, ver, oír, hablar y degustar cada día de la semana todo lo que les sucede en su trajín habitual. Llegará, porque todo llega en esta vida, pero no está claro a qué generación le tocará esta lotería democrática.
Nada es normal en estas elecciones, empezando por las dudas acerca de la conveniencia de haberlas convocado en plena pandemia y, sobre todo, la persistencia en mantener la fecha cueste lo que cueste, covid lo que covid. Si esencia de la democracia es que el personal vote para que las instituciones no queden en el limbo, más importante será, digo yo, garantizar el normal y libre desarrollo del ejercicio del voto. De esta manera, la pureza democrática ataca a la pura democracia: votos por correo cuya cadena de custodia se ve comprometida por la recogida a domicilio de voto; mesas que pueden verse constituidas a “lomecagoenla”, candidatos que uno ya no sabe si son delincuentes u honrados golpistas, y mítines que empiezan mal y acaban a pedradas.
El Partido Popular se empeña en utilizar Cataluña como portavoz para su campaña electoral en el resto de España, y si te descuidas, en lugar de escuchar cómo piensan hacer para que la gente deje de verlos como el enemigo público número uno de todo lo catalán, toca oír alabanzas a Casado y Ayuso, hablar de la Gurtell y del procés en términos de distancia y mirando al sur. No es dando el voto por perdido como se recupera el voto perdido. O no parece.
Otros siguen tratando de convertir los mítines de Vox en campañas contra el invasor, pero campañas de las de antes, con los Tercios de Flandes pica en ristre y la sangre del protestante de derechas, de la derecha que protesta, como único triunfo. Porque triunfar así es perder, y en Vox se lamen las heridas y se relamen calculando cuantos votos reporta cada pedrada recibida, cada abucheo ensordecedor, cada mitin reventado. Les están haciendo la campaña y a lo mejor resulta que es algo calculado.
Illa pide el voto a los votantes de Ciudadanos para que no vuelvan a echarlo a perder, pero al mismo tiempo como que queda claro que en caso de obtenerlos, pueden ser quemados en la pira de un acuerdo con la izquierda independentista, salvo que la izquierda independentista vuelva a pactar con la derecha independentista mientras los radicales independentistas afilan sus uñas para controlar cualquier solución como si de radicales no independentistas se tratara.
Y al final, seguiremos oyendo cómo en los mítines se habla más de Messi y de Bárcenas que de los planes de recuperación económica de una Cataluña que no necesita de invasores extranjeros para acabar desmontada paso a paso, voto a voto, empresa a empresa. Porque para eso, desde luego, sí que se valen solos.