Tengo la costumbre de conversar con los últimos concejales franquistas que arrastran sus años por las calles de la Ciudad de la Cerámica. Existe cierta amistad porque, cuando yo comenzaba a realizar mis primeros pinitos como notario de la actualidad, ellos se despedían del mundo político a la sombra de las siglas de la extinta UCD.
Y sostienen que una de las causas del lento ritmo de progreso que experimentó Talavera a comienzos de la democracia se debe a que no contó, como sí lo hizo Toledo, con un hombre del poder de Licinio de la Fuente. Ellos dicen que nunca hubo un ‘cacique’ talaverano que, en las altas esferas del poder, apostara por la ciudad.
A lo largo de estos años de libertad democrática, algunos talaveranos o vecinos de la comarca han tenido su influencia. Es verdad que el único consejero talaverano ha sido el leonés Julio Fernández Mato, pero también ha ostentado cargos de relevancia Francisco Ramos, Florencio Alonso, Tirso Lumbreras, Juan Berenguel, José Miguel Camacho, Javier Corrochano, Remedios Gámez, José Bermúdez, Muñoz Gallego, Isidro Flores, Agustín Esteban, María del Carmen Moreno, Lamberto García Pineda, Carmen Riolobos y José Julián Gregorio.
El último, el actual delegado del Gobierno en Castilla-La Mancha, puede ser clave, según mis interlocutores, en ese ansiado progreso talaverano. Es fácil, al repetir Mariano Rajoy como presidente del Ejecutivo nacional y al conservar María Dolores de Cospedal su influencia en el PP, que Gregorio continúe en su puesto.
Gregorio es la esperanza para la derecha talaverana. Se incorporó a la política de la mano de Carmen Rilobos. Le fichó como exponente de la comunidad educativa local, muy metido en el deporte de base y tras comprobar las ganas que tenía de triunfar en política. Estuvo de concejal cuando el PP estaba en la oposición y en aquellos tiempos –cuando aparecía en los actos junto a su amigo el también edil popular Florencio Gutiérrez- recuerdo que andaba muy equivocado sobre la posible autoría de los atentados del 11-M.
Después, con Gonzalo Lago de alcalde, Gregorio fue su portavoz, delegado municipal de Festejos y hombre fuerte del Gobierno talaverano. Ahora, preside el partido después de ejercer de secretario. Dejó sus cargos municipales para convertirse en subdelegado del Gobierno y actualmente es el delegado.
Esta semana pasada, Gregorio ha protagonizado su primera batalla verbal de importancia. Y lo ha sido a consecuencia de las espumas que aparecieron en el río Tajo a su paso por Toledo. Él que dirige un partido que está integrado en la Plataforma de los Ríos y que apoyó la moción conjunta interpuesta por el consistorio talaverano a favor del Tajo, se ha enganchado en una guerra dialéctica con parte del Gobierno municipal toledano y con algunos consejero de la Junta de Comunidades.
A mí este rifirrafe me ha sorprendido. Quizá porque aún me imagino a Gregorio tan comedido como en su época de concejal. Y más su acusación a Nacho Hernando, portavoz del Gobierno regional, del que ha dicho que ya tiene coche oficial y eso que no se le han caído los dientes de leche. Hernando cuenta, más o menos, con la misma edad que Gregorio tenía cuando comenzó en política. Claro, que entonces el ahora delegado del Gobierno no disponía con coche oficial. Eso sí, no sé aún en su boca permanecían los dientes de leche.
José Julián Gregorio, en su afán de defender al Gobierno de la nación, ha entrado en esta espiral. Algo que no ayuda nada en este clima de crispación que se respira en torno al Tajo. Debe imperar la prudencia y la mesura. Seguro que Gregorio ya se ha dado cuenta de esto.