Días de difuntos, celebraciones de recuerdo de quienes estuvieron a nuestro lado. Los cementerios llenos. Y nadie, participe más o menos, lo discute.
En las calles de Talavera, en su parque de El Prado, mojones y placas de cerámica, recientemente instalados, señalizan el camino a Guadalupe. Una peregrinación antigua, de tantas. Y nadie, participe más o menos, lo discute.
Alrededores de nuestra ciudad. Un murmullo de agua que no es el de nuestro río Tajo, seco a la fuerza de los abusos, sino el más fértil del canal del Alberche. Del canal de los presos, como también se conoce. Han pasado casi setenta años del final de la obra. Las huertas han bebido y han crecido bebiendo en sus acequias. Talavera y su comarca se multiplicaron gracias a esas arterias. Y nadie, que lo conozca más o menos, lo discute.
Sin embargo, para aquellos presos no hay derecho a la memoria. Lo ha dicho el alcalde. Su bandera, la legal de entonces, la que envolvió tantos sueños, no tiene derecho a asomarse a nuestras calles. Sólo se acepta la de aquellos que los encarcelaron, que los humillaron, que los explotaron. Esa bandera, y los que amparados en ella abusaron del sufrimiento colectivo, de los presos y de sus familias, sí que tienen derecho a la memoria. Y por eso siguen en nuestras calles, honrados desde el régimen dictatorial.
No importa lo que diga la Ley. Tampoco lo que digan los Derechos Humanos reconocidos internacionalmente. Ni mucho menos lo que dicen la justicia y el sentido común. Por decisión de nuestro gobierno municipal, en contra del propio Pleno de nuestra ciudad del 3 de septiembre de hace ya dos años, en contra de lo acordado entre representantes de nuestra vecindad, estos presos, nuestros abuelos, que tanto trabajaron por la ciudad y la comarca, por su tierra y nuestra tierra, no tienen derecho a un pedazo de memoria.
Ni una pobre placa que hemos tenido que costear entre familiares, colectivos de historiadores y organizaciones políticas y sindicales con un mínimo de sensibilidad histórica, tenemos derecho a colocar en nuestra ciudad. Nos dicen poco más o menos que la echemos al río, donde nadie la vea, allá, allá lejos, donde habite el olvido.
Pero no va a ser así. La arbitrariedad que engordó en ese oscuro pasado seguirá enseñoreándose del presente, pero esperemos que no del futuro. Como se dijo antes de otros que perdieron una guerra, pero cuyos valores ganaron la paz, los siglos no borrarán su memoria. Porque es, más que muchas otras, una memoria necesaria. La voz de la verdad y la justicia. La voz a ti debida.