Estos días escuchaba por la radio y leía en prensa unas curiosas declaraciones de un concejal del PP en Murcia. Por su interés, las voy a transcribir completamente: “Hay mucha gente que está donde está gracias a vosotros y gracias al Partido Popular. Que no se le olvide a la gente que trabaja en las concesionarias, que no se le olvide a la gente a la que le hemos conseguido un trabajo. Todo esto que no se olvide. El que no se acuerda de las cosas es un marrano y puede ser que cuando vengan otros, que puede pasar, que los pongan en la calle”.
Tan desafortunadas palabras me han hecho reflexionar sobre uno de los problemas más graves, si no el que más, que asola nuestra vida pública. Dicho problema es la ausencia absoluta de una carrera profesional en los puestos de responsabilidad en la función pública, en cualquier sector y casi a cualquier nivel. Es decir, que a dichos puestos tan solo se accede gracias a una mano amiga. Este sistema tan solo favorece la creación de infinitas cadenas de favores y de un entramado de relaciones de pleitesía que impiden cualquier mecanismo de gestión eficaz de la cosa pública.
Las imprudentes palabras del Señor Roque Ortiz tan solo vienen a manifestar lo arraigado de estas prácticas tan cotidianas en la administración pública, así como la impunidad con la que se practican las políticas de favoritismo y designación a dedo.
El mecanismo es muy conocido, aunque creo que conviene recordarlo y ponerlo en negro sobre blanco: Cuando se produce un cambio político en una institución, el partido ganador coloca a su gente en cargos de responsabilidad. Los méritos de estos individuos no suelen ser profesionales, sino más bien lo que se busca es a los más fieles al régimen, pues se trata en numerosas ocasiones de los denominados cargos de libre designación. Durante el empeño de sus funciones, estas personas, que no suelen ser idiotas, saben que el principal mérito que pueden acumular es la complacencia con sus superiores. Su gestión y la calidad de la misma son totalmente secundarias. Pues cuando, tarde o temprano, se produce un nuevo cambio político van a ser irremediablemente sustituidos de sus cargos por gente del otro partido. En ese momento su hoja de servicios al partido propio ha de ser lo más brillante posible, para de ese modo lograr otro puesto de libre designación en otra administración. Y así sucesivamente.
El nivel que ha alcanzado este tipo de comportamientos ha llegado a puestos públicos eminentemente técnicos que en la actualidad son ocupados por criterios exclusivamente partidistas. Para los responsables políticos es fabuloso rodearse de individuos complacientes y siempre dispuestos a cumplir fielmente con las órdenes dadas, personas que siempre van a deber un favor a quien les situó en el cargo. Es sencillo y eficaz para sus intereses, y por tanto no tienen ningún motivo por cambiar la situación.
Esta estructura de favores y colocaciones está demasiado arraigada en la propia estructura de los partidos tradicionales, léase PP, PSOE e IU, en cuyos organigramas el mérito más apreciado para ascender es la complacencia inquebrantable con el líder. Vamos, que el que se mueve, no sale en las fotos. Y aplican este mismo esquema en sus gobiernos, cuando les toca hacerlo. Los nuevos partidos, léase Podemos y Ciudadanos, tampoco suponen ninguna novedad, pues sus críticas son siempre con la boca pequeña. Y a la mínima, ya sea dentro de su propia organización como en cuanto han rozado el poder, aplican impunemente los mismos preceptos que las anquilosadas maquinarias de sus predecesores.
Así no vamos a ningún sitio, pues la calidad de los servicios públicos, y su eficiencia económica (y por tanto su propia supervivencia) quedan en manos de unos personajes a quienes esto les importa un carajo, y cuya única preocupación es la del mono: Antes de soltar una rama, tener otra agarrada. Y para agarrar esa nueva rama, la calidad de su trabajo es incluso molesta, pues la disponibilidad de ese nuevo asidero va a depender de lo adictos al régimen y a sus superiores que se hayan mostrado mientras han ocupado un cargo de responsabilidad.
La única solución a este problema ha de venir desde los propios beneficiarios del mismo, por tanto, la cosa, se complica. Es evidente que tan solo la presión social puede modificar estos comportamientos tan perniciosos para el interés común.
Es decir, se hace imprescindible una reforma en profundidad de la función pública, de forma que los cargos de responsabilidad sean provistos por criterios objetivos, con valoración de méritos profesionales, igualdad en las convocatorias y publicidad de las mismas. Y esto además debería alcanzar niveles muy altos dentro de la Administración Pública, tanto estatal como autonómica. En mi opinión, por debajo del nivel de Director General, Secretaría de Estado o equivalente, absolutamente todos los cargos deberían estar cubierto por oposición, e incluso para estos cargos tan importantes tengo mis dudas… Se deben acabar con las libres designaciones para de ese modo dotar a la Administración Pública de un sólido esquema de funcionamiento alejado de los vaivenes políticos.
Para ello es evidente que hace falta una profunda reforma legislativa que tan solo puede ser afrontada por un partido en el Gobierno. El partido que proponga algo así de verdad, y no con la boca pequeña, tendrá mucho ganado para lograr mi voto.
http://www.laopiniondemurcia.es/murcia/2018/01/18/olvide-gente-concesionarias-les-hemos/890908.html