Nos hemos dejado atrapar tan estúpidamente por la dictadura de lo inmediato y de la foto que hemos olvidado la esencia de las cosas. Y no me refiero solo a las redes sociales donde nos afanamos como posesos a colgar todo cuanto nos sucede, pensamos, creemos o imaginamos, hasta el punto de que muchos dejan de vivir para simular que viven en este mundo mágico y terrible de internet.
La tecnología va a un ritmo vertiginoso y cuando creemos estar al día resulta que hace tiempo que estamos desfasados. Todo pasa en un constante ayer y nos preocupamos tanto de estar a la última que nos olvidamos de planificar medianamente el futuro, que es lo único que debería interesarnos.
No estar al día de las cosas no es malo en sí, persistir en lo que ya nadie duda que está desfasado, que no sirve para nada y que provoca más rechazo que otra cosa, es vivir absolutamente alejado de la realidad.
Me refiero concretamente a esa legión de idiotas, que diría Umberto Eco, que pueblan las redes sociales opinando de todo, y a esa pléyade de asesores, expertos de nuevo cuño y adalides de la vieja y estrafalaria política, que no se bajan de la burra ni a hostias.
Que los legos en casi todo opinemos, está mal, pero hasta cierto punto es admisible. Pero que los que cobran por saber y gestionar su sabiduría no sepan donde tienen la mano derecha, es una de las consecuencias de este tiempo de lameculos con pedigree que crecen como las setas en los despacho.
Durante décadas ha estado en vigor aquello de moverse y no salir en la foto. Algunos no han pasado de ahí y siguen sin entender que estar en todas las fotos es tan pernicioso como no estar en ninguna, sobre todo porque la mayoría de las veces lo que se deja en evidencia es la escasa valía del fotografiado. Aquello de que hablen de uno aunque sea mal, hace tiempo que es más perjudicial que otra cosa, y tanto se ha aireado la vida privada, que ahora lo que de verdad tiene valor es lo callado, lo discreto y el trabajo silencioso y constante.
Cuando uno está expuesto constantemente es más fácil de percibir sus debilidades y sus deficiencias, y si además es un cargo público y resulta que la gestión y los resultados no acompañan a su constante escaparate público, el resultado es nefasto.
Por mi parte prometo intentar sumirme más en la discreción, a ver si otros hacen lo mismo y evitamos al mundo de tener que soportar el exceso de cámara que empieza a ser repulsivo.
Y por cierto, no me refiero solo a nuestro querido alcalde, el Sr. Ramos.