Explota la primavera y lo hace al mismo tiempo que Miguel Betis retorna a La Caprichosa para captar la jerarquía del último torero grande de Talavera. Ese diestro, Raúl Sánchez, que con su arrojo y valentía también nos conquistó a los amantes del toreo artístico y que teníamos al bético Curro Romero en un pedestal.
Talaverano de San Román de los Montes, la vida de Raúl Sánchez da para un buen guión cinematográfico. Nació en esa población de la Sierra de San Vicente en 1940, pero a los 7 años se desplazó a la Ciudad de la Cerámica para vivir con su hermano Resti, que era constructor.
Pero a los trece años abandona Talavera tras comprobar que no es buen estudiante. Deja el colegio Cervantes y se marcha a la capital de España para vivir con su hermana Pilar y buscar un jornal. Comienza a trabajar como repartidos de El Cortes Inglés, pero las desavenencias con su encargado le hacen abandonar y busca suerte en un taller mecánico.
Pero Raúl Sánchez, en su fuero interno, soñaba con emular algún día Antonio Ordoñez, Jaime Ostos, Paco Camino, Diego Puerta o El Viti, los grandes toreros de época. Y por ello decide formar parte de pléyade de aspirantes a matadores que se daban cita en la madrileña Casa de Campo para entrenar.
Es aquí donde conoce a los hermanos Girón y le sirve para entrar, aunque por la puerta de atrás, en el difícil mundo de la fiesta nacional. Y lo hizo mientras escuchaba los aplausos que le dedicaban en las pequeñas plazas dolorido por los porrazos que sufría como consecuencia de las embestidas de las reses.
Y es que Raúl Sánchez se recorrió todas las plazas de medio país para buscar la fama en las capeas y encierros que se programaban en aquella España de blanco y negro. Es en 1960, cuando su hermano Resti se convence de que será muy difícil apartarle de los toros y por eso decide ayudarle.
Le subvenciona parte del alquiler del traje de luces con el que debuta –en 1960- como novillero. Y los dos hermanos comienzan una nueva vida. Resti le apodera y Braulio Bonilla ejerce como mozo de espada. Su entrega en los cosos tiene premio y gordo, se mete en el bolsillo a la afición de Talavera como novillero y triunfa en las exigentes plazas de Las Ventas y Vista Alegre.
Pero lo mejor está por llegar. Un salto que se lo trabaja en La Caprichosa cuando toma la alternativa en 1971. Triunfa al lado de la ermita de la Virgen del Prado y le sirve de llave para torear en las grandes plazas. Raúl muestra al mundo su valentía, le asusta con las cornadas que recibe y él, tranquilamente, las sufre y las asume porque sabe que es el precio que hay que pagar para ser torero.
En La Caprichosa –vigilado por la Virgen del Prado, como le gusta decir a él- ha vivido extraordinarias tardes como torero o entrenando. Aquí debutó y se despidió. Y, años después, ejerció como asesor de la Presidencia de las corridas.
Ahora, en el epílogo de su vida, su cuerpo presenta un mapa de ocho cornadas de las que sobresale una que le partió la safena –en sus tiempos de novillero, en 1968- que cosechó en el Barco de Ávila. Un busto suyo, haciendo el paseíllo junto al de Morenito de Talavera y Gregorio Sánchez, se puede ver en los Jardines del Prado enfrente de otro de Joselito.
Atrás queda su vida torero, pero el maestro sigue entre nosotros disfrutando de su mujer Nieves, con la quien tuvo tres hijos, y su Talavera. Hoy Miguel Betis traes al pedestal de este rincón tan particular al torero del pueblo y quizá… al más valiente.