Es difícil vivir más de cien años. Y haría falta, para haber vivido, con edad de entender lo que pasaba, en aquel año de la triple crisis. 1917 era.
En el reino de España el sistema de turno entre los dos grandes partidos se agotaba y la renovación prometida en ellos no convencía a casi nadie. Llegaban partidos nuevos, con un discurso más radical, que planteaban cambios sustanciales en el sistema. Algunos demostraron luego que de radicales tenían poco más que el discurso. Los explícitamente republicanos, pedían el fin de la monarquía y otra forma de articular la Política. Tampoco quienes intentaban representar a los trabajadores encontraban su hueco en aquel juego viciado de conservadores y liberales. Y el catalanismo, más o menos burgués, también insatisfecho, pedía otras relaciones con el gobierno central.
¿Hemos cambiado poco? ¿O hemos vuelto al pasado? ¿Tan poco supone tener ahora redes para comunicarnos, televisión para ver mejor lo que pasa, ordenadores, móviles, viajes que nos conecten con el resto del mundo? ¿O es que hay situaciones, esquemas, modelos sociales y políticos que se repiten?
Aquel sistema se deshacía. También este. La revolución rusa, gran conmoción del siglo XX, pronto mostró que había una alternativa. El fascismo surgió presto a combatirla, a dejar por la fuerza las cosas como estaban; si era preciso como estaban antes incluso del parlamentarismo. Y tras esa lucha de titanes, que arrasó nuestra tierra -y a Europa y a medio mundo- surgió otra realidad social, la del Reino Unido de Atlee, de la BBC y la Seguridad Social y la del control público de lo básico, base de un nuevo bienestar.
No sabemos qué saldrá de este momento, esperamos poder saltarnos la lucha aterradora entre los totalitarismos para alumbrar la utopía, la de ahora. No sabemos qué habrá mañana, pero sí qué debe haber pasado mañana si sobrevivimos para verlo. Y eso no es sólo una esperanza, es una necesidad si queremos continuar adelante.
No podemos permitir que vuelva la censura a la libertad de expresión con la excusa del escarnio o la falta de respeto a las creencias religiosas. No podemos permitir que se deseche como antiespaña una parte tan abultada del estado que lo deje disminuido por no perder la mayoría conservadora. Ese sería, de nuevo, el error fundacional del siglo XV: expulsar a los distintos, perder riqueza, para así asegurarse la uniformidad.
Hay que dejarse de juegos frívolos e imprudentes y aceptar que hay una mayoría social que quiere cuestionarse el modelo de sociedad, incluyendo el propio concepto de España. También con ella, con la gente que no acepta esta visión del estado, hay que contar para hacer algo sólido, porque aquellas personas que no ven claro ni el estado, ni España, ni el capitalismo, son las que junto a quienes quieren reformas profundas, la inmensa mayoría de la gente, de toda la gente que aquí habita.