Con el paso del tiempo y de tanto escribir del asunto la pluma de uno ya se ha doctorado en disidencia. No en balde comenzó a contar las desavenencias de los dirigentes de la extinta UCD, que, por cierto, pusieron el grito en el cielo por ello; pero, entonces, a nadie le extrañaba porque aún conservaban un poso dictatorial.
Después aireó la discrepancias entre las familias del PSOE y algunas de ellas acusaron al mensajero de contar con más amistad con ciertos integrantes de alguna facción que con otra y más tarde relató la rivalidad existente en el PP por acceder al poder. Aquí, en este lado, se decía que al publicarse la noticia se hacía un favor al PSOE.
Y ahora la disidencia, a modo de escisión, ha llegado a Ganemos Talavera y está cundiendo en Podemos Toledo, lo que significa que ni los nuevos partidos se libran de ese mal político que anida cuando se vislumbra que se toca poder.
Mi pluma y yo esperábamos que las nuevas formaciones se tomaran la publicación de la contienda de otro manera a como la digieren los protagonistas de la vieja política, como les llaman, pero no. Actúan de la misma forma y con el mismo cabreo. Y eso que apenas han debutado en este mundillo.
La escisión de Ganemos Talavera ha sido una nefasta noticia para aquellos viejos luchadores que han vuelto a la política para cambiar el sistema y que han cosechado una desilusión más; pero ha sido una alegría para el PP porque con la marcha de dos de los cuatro concejales de este grupo, Jaime Alberto Ramos espanta para siempre el fantasma de la moción de censura.
Lo peor es que en el seno de los dos grupos que se han creado tras la escisión se buscan culpables. Y los más atrevidos señalan a los medios de comunicación que lo han contado. Ellos, tan abiertos a la prensa en otros momentos, no quieren darse cuenta de quién ha creado el problema. Aunque yo creo que más que un problema es un decepción, pues ha quedado de manifiesto que es muy difícil crear alguna opción que esté libre de los viejos vicios.