Mucho se está debatiendo acerca de la convocatoria de huelga feminista del próximo día 8. Gracias a ello ya se está consiguiendo uno de los objetivos esenciales de la convocatoria: dar visibilidad a un problema. Sin la adecuada visibilidad, los problemas parece que no existen y su solución no se aborda. El problema se llama machismo. Y el machismo se manifiesta de muy diversas maneras, la más grave sin duda es la violencia que los hombres ejercemos sobre las mujeres en sus muchas variantes, cuya expresión más deleznable es la agresión física, pero que por supuesto no es la única; pues agresión machista es cualquiera de las variantes del acoso con perfil sexual. En este sentido he de reconocerme incapaz de trazar una línea entre el cortejo y el acoso, pero creo que dicha frontera debe transcurrir más o menos por los límites del respeto entre seres humanos. La otra gran manifestación del machismo es la discriminación, en cualquiera de sus formas, de la mujer, es obvio que esta discriminación se imbrica en el problema de la violencia machista, pero no siempre es así, y luego intentaré desarrollar esta idea; baste por ahora apuntar que puede haber discriminación sin violencia.
Deseo que el mundo que dejemos para próximas generaciones sea mejor que el que hemos heredado de nuestros progenitores, y evidentemente, un mundo sin violencia machista en el que las mujeres y los hombres tengan las mismas oportunidades es un mundo mejor. He de reconocer que en ocasiones me cuesta mucho trabajo abandonar viejas estructuras patriarcales, pero lo intento con mayor o menor éxito. Esta convocatoria de huelga me está ayudando a comprender nuevas cosas, y simplemente por esto, ya es un éxito. Es decir, el éxito o fracaso de esta huelga no ha de medirse en cuantas empresas detienen su actividad; sino en cuantos hombres y mujeres continuamos avanzando decididos hacia un futuro sin violencia ni discriminación.
Es por estos motivos, por los que hoy puedo proclamar, que me siento feminista. O al menos intento llegar a serlo con mayor o menor grado de fortuna en mi pretensión. Y deseo que muchos otros hombres se sumen a este grito. No creo que nuestro cromosoma Y nos inhabilite para conseguirlo.
Y lo digo alto y claro porque yo también lloro cuando una mujer es asesinada, porque sufro cuando una mujer es violentada, porque me rebelo ante una injusticia… hay tantas circunstancias. Se trata simplemente de empatizar, de ponerse en el lugar de quienes padecen el machismo. Si lográsemos esto, habríamos avanzado mucho. Estoy totalmente convencido.
Hemos empezado a caminar un sendero que no tiene marcha atrás, y hay demasiadas cosas nuevas, demasiados fundamentos que han de ser modificados tras siglos de dominio masculino, debemos inventar nuevos conceptos y lograr que arraiguen en una sociedad compleja, plural y resistente a las revoluciones. No es tarea fácil, pero sin duda, debemos afrontarla con ambición. Los hombres, como colectivo, somos, con diferencia, la parte más importante del problema, y por tanto sin cambios profundos en nuestros mecanismos de comportamiento jamás llegaremos a una solución. Creo que necesitamos vuestra ayuda, pues sin ella tan solo seremos capaces de dar palos de ciego a nuestro alrededor; y esa ayuda ha de ser similar a la de una madre hacia sus hijos: constructiva, paciente y tolerante con los errores. Eso lo sabéis hacer mucho mejor que nosotros. De verdad, necesitamos una mano femenina amiga que nos enseñe el camino… Nosotros no lo vamos a encontrar por nuestra cuenta.
Sobre todo esto he meditado mucho las últimas semanas, y anoche, escuchando a Manuela Carmena comprendí un aspecto esencial del feminismo: su transversalidad. La idea surgió espontánea, elegante y como una sutil pero severa crítica a sus contertulias, que en muchos casos se dedicaban a vender los esfuerzos que sus respectivos partidos hacían en cuanto a políticas emprendidas de igualdad de género. En algunos momentos aquello parecía un mercadeo de medidas inconexas con el fin de colgarse una medalla con el lema “y yo más”. Efectivamente, el feminismo ha de ser transversal o no será. Es imprescindible sumar cuantas más sensibilidades posibles mejor alrededor de un único fin, y creo que en este sentido el manifiesto de la huelga del 8M ha cometido algunos errores de concepto y sobre todo de estrategia.
Señalaré los dos que me parecen más importantes: en primer lugar, aunque suscribo plenamente la idea que involucra el activismo feminista con el republicanismo, el anti-imperialismo, y que señala al capitalismo neoliberal como fuente de desigualdades, creo que no era el lugar para abordar este debate. Es evidente que hay otras visiones políticas del machismo, y creo que incluir estos conceptos provoca que diversos colectivos se alejen del manifiesto, y que directamente algunos (especialmente los varones más conservadores) encuentren una excusa ideal para oponerse y atacar al fondo de la cuestión. Me parece que es un error de estrategia, y que ya habrá tiempo de debatir estas cosas en otro momento. Ahora es el momento de sumar, y así no se consigue, pues muchas personas no están dispuestas a comprar todo el paquete ideológico que subyace al mencionado manifiesto. E insisto, suscribo esa ideología, pero creo que no era ni el lugar ni el momento. Por supuesto, esta crítica no sostiene afirmaciones tan lamentables como la de la Señora de Cospedal cuando decía que ella no haría huelga porque muchas mujeres no pueden hacerla.
Y en segundo lugar hay un párrafo que me resulta a todas luces totalmente insostenible e incluso insultante hacia muchos profesionales: “Exigimos también la despatologización (sea lo que sea semejante palabro) de nuestras vidas, nuestras emociones, nuestras circunstancias: la medicalización responde a intereses de grandes empresas, no a nuestra salud. ¡Basta de considerar nuestros procesos de vida como enfermedades!”. Sin duda, y no me detendré a analizarlo detalladamente, la inclusión de este párrafo es intolerable. A pesar de estas críticas, estaría dispuesto a firmar debajo del manifiesto, deseando que el próximo sea más inclusivo.
Y para continuar con este largo artículo no quisiera dejar pasar por alto la idea que al comienzo perfilaba: No siempre es lo mismo discriminación que violencia. Posiblemente la denominada paradoja nórdica sea lo que mejor describa la idea que pretendo desarrollar. En resumen, dicha paradoja refleja que en los países nórdicos donde ya han recorrido un largo camino de políticas de igualdad, se mantienen tasas más elevadas que en otros países de violencia de género. Aunque las razones para explicar dicha paradoja son múltiples, y algunas muy convincentes, en el fondo subyace un hecho: en esos países las tasas de violencia machista son intolerables (no vamos a discutir ahora si efectivamente mayores o menores que aquí).
Por tanto resulta indiscutible que las medidas de igualdad social son necesarias, pero no suficientes para terminar con esta lacra. De nuevo recurro a una idea que anoche transmitía Manuela Carmena: la violencia machista es violencia, y los hombres somos más violentos. Por eso las cárceles están llenas de hombres y hay pocas mujeres. La biología es una de las causas de esta realidad, pero no es suficiente para explicar la complejidad del fenómeno, que parece comportarse de manera indiferente ante las políticas de igualdad más desarrolladas.
Obviamente con esto no pretendo argumentar que las políticas de igualdad no sean necesarias. Son absolutamente imprescindibles, porque son justas. Pero no nos quedemos en la superficie del problema, ya que con ellas probablemente no logremos reducir el número de agresiones a mujeres.
Y ya por último, y para terminar, me gustaría perfilar otra idea al respecto. Resolver un problema tan complejo como el de la discriminación de la mujer en nuestra sociedad con un brochazo gordo, además de injusto, resulta contraproducente. Creo que es muy importante que recapacitemos sobre determinadas cifras que se dan en la actualidad para perfilar adecuadamente el problema. Pondré dos ejemplos.
Se ha publicado que la diferencia salarial entre hombres y mujeres es de hasta el 23% en nuestro país, y que hay que acabar con ello. Obviamente bajo esa cifra se esconden diversas realidades. Por un lado, efectivamente están los casos de mujeres que por un mismo trabajo perciben menos que los varones, y frente a ello hacen falta medidas legislativas adecuadas para terminar con semejante injusticia; pero esto no explica toda la magnitud del problema, ya que bajo esa cifra se ocultan otras realidades: Las mujeres realizan trabajos peor remunerados, las mujeres tienen más contratos a tiempo parcial, las mujeres reducen su jornada mucho más que los hombres, el acceso de las mujeres a puestos de elevada remuneración está obstaculizado, etc. Si no abordamos estas complejas situaciones por su base, poco podremos hacer para resolver la brecha salarial. Es por esto, que creo que un problema de semejante envergadura no puede resolverse con un brochazo grueso, y que debamos recurrir al pincel fino.
Y ya en segundo lugar, muy comentada es la cifra de desequilibrio entre las pensiones de mujeres y hombres. Esta brecha se sitúa en unos 450€ de media. Los motivos son múltiples, y creo que no procede su análisis ahora. Pero un hecho está claro, ante igual cotización, en España, la pensión es la misma para el hombre y la mujer. Si queremos eliminar esta brecha, debemos, primero actuar sobre sus causas: la diferencia en cuanto a cotizaciones, por ejemplo, tras eliminar dichas aportaciones que estaban recogidas en la Ley de Dependencia; y por otro lado debemos ser lo suficientemente serios como para empezar a debatir de dónde sacamos el dinero para reducir o eliminar dicha brecha. Es decir, ¿es necesario subir los impuestos o las cotizaciones de los trabajadores a la Seguridad Social?, ¿estamos todos dispuestos al esfuerzo?….
Lo dicho….mucho y apasionante camino por recorrer…el 8M es simplemente un paso más.