Ando estos días envuelto en la lectura de un muy interesante ensayo del profesor de sociología de la universidad de Quebec, Alain Deneault, que lleva el sugerente título de “Mediocracia, cuando los mediocres llegan al poder” cuya lectura recomiendo vivamente.
Viene a decir que estamos en un orden en el que la media es lo que se impone y se acata y estamos condenados al amodorramiento por imperativo de la mediocridad que devalúa la capacidad de pensar y el espíritu crítico, de tal manera que tomamos como inevitable lo que es inadmisible y como necesario lo que es repugnante.
Pero la realidad cotidiana es aún más prosaica y se mueve por lodazales mucho más transitados de lo que cabría esperar. La mediocridad es cierto que se ha instalado en todos los ámbitos, desde el político, pasando por el laboral, el cultural o el social, y lo ha hecho para quedarse.
Vemos como hay nombres que se repiten hasta la náusea en cargos de toda índole. Y el mérito mostrado y demostrado no va más allá de la fidelidad perruna, de saberse colocar en todas las fotos y no perderse un besamano para ser visto. De fondo solo hay amiguismo, compadreo y baba a discreción.
Los muchos años de trinchera crea vínculos muy fuertes que unas veces tienen que ver con la bragueta y otras con la cartera. Y esto lo vemos como inevitable por repugnante que sea y algunos incluso lo venden como pago obligado por los servicios prestados.
Verdaderamente resulta complicado adaptarse a esto, sobre todo cuando se conocen los entresijos de esta maraña de favores y prebendas. Sin embargo es algo tan generalizado, que efectivamente la inmensa mayoría de la gente lo ve con indiferencia, aunque con desprecio.
A la hora de votar dejamos estas cosas en un rincón de la memoria y nos dejamos llevar por falacias ideológicas, sentimientos de pertenencia y lealtades siempre defraudadas. Esto lo saben bien quienes siguen actuando a su antojo. Saben que habrá quien les critique y señale, pero saben también que la inmensa mayoría mirará para otro lado.
Dice acertadamente Deneault en su ensayo que “Los mediocres se organizarán para adularse unos a otros, se asegurarán de devolverse los favores e irán cimentando el poder de un clan que irá creciendo atrayendo a sus semejantes”. En esta ensalada, no cabe nadie más. Créanme.
Pero no desesperemos, incluso entre los mediocres, señala el autor, los hay muy eficientes y serviles, aunque carentes de convicciones. Así que podemos darnos por satisfechos si entre la pléyade de advenedizos encontramos gente que al menos cumple con su trabajo y resulta eficaz. Es a lo máximo que podemos aspirar.
Ante este panorama cabe la resignación, la indignación constante o una retirada pausada y silenciosa al rincón de los don nadie que un día creyeron poder hacer algo para cambiar las cosas… ¡Qué ingenuidad más entrañable!