Publica Vicente Magaña ‘Hojas de cobre’ (Editorial Círculo Rojo) en un momento crítico para todos nosotros. Mi madre y unos cuantos tíos han muerto en el último año en circunstancias tan duras como la vida que les tocó vivir. Aislados en residencias de mayores donde la muerte se ha convertido en una rifa macabra. Se va con ellos una España campesina cuyos usos y costumbres desaparecen del escenario sin que nosotros seamos ya capaces de reconocerlas. Desaparece en el silencio abrumador en el que han vivido. Una España que está en el fondo del libro como decorado que abarca y da aire a la trama.
Quienes conocemos la alta autoexigencia que se impone Vicente Magaña para publicar nos sentimos especialmente convocados a una brillante demostración de estilo cuando nos anunció que estaba trabajando en una novela. Su universo literario, hasta la fecha, había dado como resultado una obra poética concebida como ejercicio de pericia y verdad y construida sobre el trabajo concienzudo que ha buscado el ritmo y la palabra exacta.
Así pues, una novela nos traería la demostración de un oficio tributario de la paciencia en la escritura pulida hasta sacarle todo el brillo al que su dedicación le hubiera conducido. Los estetas han debido quedar satisfechos del resultado leído en ‘Hojas de cobre’, primera aportación novelística del autor.
Nadie escribe una novela para demostrar que sabe. Por tanto, dejar reconocida la labor estética es dejar estas notas a la mitad de la mitad. Los lectores empedernidos que no cejan hasta dar por concluido un libro, forman en su cerebro una serie de partituras a las que van acomodando las músicas que de los libros sale. Digo esto porque he hablado con personas que detectan a Delibes (tributo a la vida campesina que hay en ‘Hojas de cobre’), a Lampedusa (ecos del señor de la finca) o, en mi caso y sin poder dar muchas explicaciones, a Los Maia, por la trascendencia de las relaciones familiares. Son las músicas que uno cree oír sonar lo que emparenta esta novela con otras. Y, sin embargo, una vez reposada la lectura, lo que queda es una manera personal con que Vicente entrelaza forma y fondo.
El naturalismo de la novela que describe, reseña, forma situaciones y personajes, va acompañado por un aire romántico que recrea una etapa idílica de España, la republicana que ve morir sus esperanzas a base de el único argumento que sabe utilizar la reacción patria: los tiros.
El universo de los personajes destaca por su construcción. Hay personajes centrales que llevan sobre si el peso de la novela y los secundarios que dan vida a la realidad cotidiana. De ellos, los que mejor parados salen, son los femeninos. Se produce una lenta y certera vía de empoderamiento a través de la cultura y una superación de conflictivas situaciones familiares en un entorno donde el hombre manda en todo. Unas mujeres impregnadas de altruismo, amor, compasión, fidelidad, y ganas de vivir. Aquí la formación de los personajes de Nieves y Cristina, son determinantes. Como he leído en algún titular de prensa referida a las mujeres y la Guerra Civil se habla de “mujeres que se abrieron paso entre el machismo y las bombas”.
Ante todo se trata también de describir un estado de cosas que se van superando por el ardor juvenil de los protagonistas, por la templanza de Beatriz, por el tiempo histórico y que permite una separación entre el sufrimiento (y el mal que también está presente) y la cotidianeidad de un tiempo esperanzador.
Así como el papel de dueña de la finca que tiene Cristina se va difuminando en el camino de integrarse en el movimiento emancipador femenino, así el papel de su hermano y propietario, Tomás, desemboca en lo que se ve venir desde el principio: la reafirmación del señorito cortijero que provoca el dolor y lo sabe. Los personajes se mueven entre la lógica del idealismo grupal que conllevaba la esperanza republicana y la lógica del individualismo que no aprueba los cambios de que están produciendo en lo común.
Es pues ‘Hojas de cobre’ una novela que hay que leer. El autor ha sabido sustraerse a la tentación de separar la historia literaria de la historia general. Una historia que se ofrece en papel (algo que quiero destacar) en estos momentos de tecnología. Nos llega al tacto veterano de los que nos hemos desenvuelto entre libros impresos.
No es una novela inocente puesto que sus tesis no son inocentes. Es una novela de parte. El autor ha sabido encontrar el tono para destacar la importancia de una experiencia truncada.
Siendo la literatura un objeto de mercado, como en cualquier otro ámbito, la gente quiere caras nuevas, voces nuevas y la de Vicente lo es. Espero que el mercado le recompense por el esfuerzo y espero más novelas de Vicente.