Hace algunas lunas me topé de manera casual con la nostalgia personal y el disfrute televisivo en uno de esos programas que, de vez en vez, La 2 de TVE dedica a espacios y personas que en su momento fueron santo y seña del entretenimiento patrio.
La casualidad y el zapeo me inundaron de recuerdos y añejas sensaciones a través de una recopilación de las maravillosas entrevistas que hacía en la cadena presuntamente pública el gran Jesús Quintero, el admirado y emblemático ‘Loco de la Colina’.
Disfruté como un niño viejo, o como un viejo niño, viendo y rememorando las charlas que El Loco mantuvo en su día con, un suponer, Arturo Pérez Reverte, Paulo Coelho, José Merced, Charo López, Muchachito, Ana Torroja, Eva Amaral, el Risitas y por ahí.
Esos son algunos de los invitados que desfilaron ante Quintero en el recuperado programa televisivo que me tocó en suerte, pero mi despertada nostalgia se fue mucho más atrás. Concretamente a cuando uno se fumaba radiofónicamente las noches de una sola, larga e intensa calada, en compañía nocturna y noctámbula del gurú deportivo José María García, que me introdujo en ese mundo de correveidiles y abrazafarolas que todavía sigo indagando y criticando.
De Antonio José Alex, pionero en desvelar ese inquietante universo de lo que no se ve que actualmente hila Iker Jiménez y en el que habitan más administraciones públicas de las deseables; y, que es a lo que hoy voy, de un joven y pletórico Quintero, que me descubrió el enorme peso y poso del silencio.
Un sensitivo, inenarrable y a veces inacabable silencio radiofónico entre frases, preguntas y repuestas, el de El Loco, que en su día me envolvió y que añoro como nunca en estos convulsos e insulsos tiempos de tanto, tanto ruido.
Ruido de tijeras, ruido de escaleras, ruido de tenazas, ruido de amenazas, ruido de escorpiones, tanto, tanto ruido, que decía y ratificaba Sabina en su álbum ‘Esta boca es mía’. Ruido televisivo, escandaloso actualmente, ruido radiofónico, ruido en las redes, ruido social, ruido político,ruido en el Parlamento y ruido, al fin, en el Ayuntamiento.
En el de esta Talavera de nuestras vidas y movidas, mismamente. Un Ayuntamiento en el que la savia nueva gestora está por primera vez en muchos años trabajando a destajo por y para la ciudad, sin buscar ni ambicionar más relevancia y protagonismo que el que conllevan sus cargos y cargas, aunque siempre acompañados del ya cansino, obsoleto, improductivo e inútil ruido adverso y, a veces, perverso.
Que no se trata de callarse, cosa que nunca hay que hacer en las cuitas políticas y gestoras que afectan al conjunto de la ciudadanía, sino de no hacer ruido. Tanto y tanto ruido ‘paná’ y sólo ‘paenreá’. Que dicen en mi pueblo. ¡Chissssssss!