Que iba a disparar una flecha comanche, hombre, contra el cableado/cabreado de alta tensión que se está extendiendo social y políticamente por la patria toda, pero resulta que dicha flecha ya la despaché con motivo de los resultados arrojados en los últimos comicios nacionales.
Trabajo que me ahorro, compañeros y compañeras todos y todas.
Ahí va de nuevo la cosa en sí con motivo, un suponer, de las inminentes elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid.
“El voto, como la poesía, es o debería ser un arma cargada de futuro. Que no lo digo yo, lo de la poesía, que lo dijo Gabriel Celaya y lo vociferó el gran Paco Ibáñez en un poema en el que también se advertía que “…porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos, nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno, estamos tocando el fondo…”.
Y ya puestos, y para mayor escarnio comparativo respecto a la actual situación política y social, Celaya nos confesaba en el poema de marras que “…maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales, que lavándose las manos se desentienden y evaden, maldigo la poesía de quien no toma partido, partido hasta mancharse…”.
Que es, en fino y en genio, el pesaroso sentimiento de una buena parte de la ciudadanía patria, tras los alarmantes resultados electorales producidos en los comicios generales del pasado 10 de noviembre.
Unos comicios en los que, ojo al dato y a lúgubres episodios no tan lejanos, el voto no ha sido precisamente un arma democrática cargada de futuro, sino un desconcertante fogonazo de rencor e incluso odio que ha teñido un sorprendente y preocupante número de papeletas de amenazas, xenofobia, homofobia, machismo y por ahí.
Todo el peligroso e indeseable arsenal, en suma, de una ideología que exhibe y pasea su euforia bajo el amparo de unos votos que, paradójicamente, peligrarían en el caso de que algún día tuviéramos la desgracia de que llegaran a tocar pelo en el gobierno nacional.
No los suyos precisamente, sino los de todos y todas, por llevar en su ADN el trasnochado, o quizá no tanto, ordeno, prohíbo, represalio y mando, sin ningún tipo de consulta, plebiscito o sufragio. Por la cara y… ¡por España!, por supuesto. Miedo me da.
El caso es que ha llegado el momento, creo, de dejarnos de gilipolleces, partidismos y egocentrismos, para alinearnos sin fisuras y tontunas al lado de la democracia, cuya defensa exige más esfuerzo, compromiso y valentía de lo que en un principio pudiera parecer.
La esencia del ejercicio democrático no radica en decidir cada cuatro años un determinado cambio político en función de los cabreos y frustraciones que cada cual acumule en ese periodo, sino en la defensa diaria de unos valores y unos preceptos sociales, políticos y cívicos que, a estas alturas de curso, deberían ser ya inalterables, infranqueables e innegociables.
Pero, ¡ay!, parece que esto no es así y que las defensas democráticas están un tanto bajas, por dejación u omisión de sus principales representantes, abriendo camino a los destructivos virus. Por eso, al igual que Celaya, es hora de tomar partido. Partido, hasta mancharse. Por lo que pudiera venir, advierto.
Y sigo advirtiendo ahora por segunda vez, visto el cada vez más preocupante panorama. Con esto, al igual que con el colesterol, poca broma, ya que afecta al mismísimo corazón de nuestra actual y democrática convivencia. Ojo al dato y a los futuros mandatos.