jueves, 21 noviembre 2024
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¿Y por qué no creer?

Se cierra un año difícil (Lo sé, que se lo cuenten a usted), pero se va con una imagen que no por mucho que se haya utilizado para aquello del marketing, siembra de esperanza la llegada del año nuevo: las primeras vacunaciones de ancianos y personal sanitario y de residencias.

Después de una pandemia que no sólo ha matado a más de cincuenta mil personas, sino que ha taladrado la mente racional de otros muchos miles, sensibles a las teorías de la conspiración, el fin del mundo, las maldades del 5G y los poderes en la sombra, llegan imágenes realmente positivas; muchos más, desde luego, que la de los vecinos de toda España cantando el “Resistiré”, himno emotivo que terminó por atragantarse de tanto usarlo, como el amor de la Jurado.

Usted, amigo, a quien no debo retar a contar cicatrices de la pandemia en el alma, en el bolsillo, en el ánimo, tiene ante esta imagen dos opciones muy claras: recibirlas como lo que son, una buena noticia, o enzarzarse a discutir que si la pegatina, que si el orden establecido de vacunación, que si las dudas, que el ministro, que si la oposición… también puede sentir cierta prevención a los posibles efectos secundarios que irán descubriéndose, odiar el enriquecimiento que va a suponer para unos cuantos esta adquisición masiva de dosis, o señalar los riesgos de una tecnología que actúa sobre el ARN, como si convertirse de epidemiólogo en genetista fuera cuestión de leer una entrada en internet.

Mi opción es clara, y me apetece compartirla con usted, por si le sirve de algo. Para animarse en estas fechas, o para alimentar el índice de materias a discutir, que tampoco es malo. Yo he elegido creer, confiar, en la Ciencia y en los científicos. Sé que hay negocio en todo ello, como lo hay en el suministro de energía, en la medicación que pagamos entre todos, o en la Defensa Nacional. De vez en cuando, los bomberos de alguna parte de España reclaman mejoras, y no por ello cuando acuden a una emergencia dejo de ver a unos profesionales entregados a una misión. Pero el resultado final de todo ello suele ser un mundo más seguro, una esperanza media de vida más alta, unas amenazas que vamos arrinconando.

Creer en la Ciencia no exige necesariamente creer en la Política, o en la amabilidad del especulador millonario. Ni siquiera en la sonrisa del empleado de banca que te cierra la puerta del crédito que necesitas para salir del atolladero… necesitamos creer en la Ciencia y también en nosotros, porque podemos hacer que la política, que las finanzas, que las relaciones internacionales se atengan también a lo que la Ciencia indica: la amenaza de un virus, el daño del calentamiento global para el planeta, la necesidad de preservar las especies o que es posible llevar el acceso al agua, el alimento y la salud en todos los rincones de  nuestro mundo.

Creer no es ser iluso necesariamente. Es una elección. Y cuando veo las primeras enfermeras vacunando a las primeras personas mayores, elijo creer. Me siento mejor. Lo recomiendo. Y estoy seguro de que es la única vía para salir todos de este atolladero. Para lo demás, pues lo de siempre: ojo avizor, mente abierta, y a votar con el corazón y la cabeza.

Feliz año.

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