Con 17 años leí ‘El despertar del feminismo en España’ de Anna Mercadé. Allí comenzó todo y aquí sigo, porque cuando comienzas a mirar con gafas violetas…, ya no te las quitas.
A mediados de los años 80 del pasado siglo, nuestro movimiento feminista comenzó con las primeras recomendaciones para un uso no sexista del idioma. Como señala Teresa Meana: “que el lenguaje nos nombre, porque este no solo refleja la realidad, también la crea”.
Con el avance del feminismo, en el año 1994 el Instituto de la Mujer, dentro del II Plan para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, comienza a editar Cuadernos sobre el Lenguaje Inclusivo, el título del número 1 fue NOMBRA. Más de dos décadas después, las mujeres seguimos sin ser nombradas. La ley de Igualdad de 2007, los Planes de Igualdad de Oportunidades, La ley de Igualdad castellano-manchega de 2010, nuestra Ordenanza Municipal para la Igualdad y el artículo 14 de nuestra vigente Constitución proclaman el derecho a la igualdad y a la no discriminación por razón de sexo. Por su parte, el artículo 9.2 consagra la obligación de los poderes públicos de promover las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva. ¡Será por falta de leyes! Aún hoy, como sabemos, la igualdad real no se promueve, solo existe la igualdad formal.
Queremos que se nos nombre como mujeres porque es lo que somos, mujeres, pero los medios de comunicación, las administraciones públicas, la escuela, la familia y la sociedad en general no lo hace. Una mujer, en un día cualquiera es nombrada, en multitud de ocasiones, como si de un hombre se tratara.
Así nos tratan: el pasado jueves tomé el autobús para ir al Hospital, en él se exhibía un cartel que decía: prohibido hablar con el conductor. Cuando llegué al trabajo salí a gestionar un tema administrativo al Ayuntamiento, en la planta baja existe un espacio denominado ‘Atención al Ciudadano’; mi Colegio se llama de Abogados y el médico me preguntó al entrar en consulta: ¿qué tal se encuentra hoy el paciente?
Así hablado y escrito, podría parecer que son hombres los que conducen, hombres los que son atendidos en el Ayuntamiento, que yo soy un abogado y que es un hombre el que va al médico. ¡Pues no! La conductora el jueves era una mujer, en el Ayuntamiento también se atiende a mujeres, en mi Colegio estamos colegiadas letradas y la persona que fue al médico también era una mujer, yo.
¿Por qué no nos nombran? Nuestra lengua es rica e incluyente. Se nos ha invisibilizado durante siglos: ¡BASTA YA! Somos algo más de la mitad de la humanidad, estamos en todos los ámbitos de la vida y queremos que se nos nombre y que se dé visibilidad a lo que hacemos, porque solo existe aquello que se nombra y porque el castellano es una lengua VIVA.
Por estas justas razones (y porque la ley nos ampara), la empresa de autobuses debe poner un cartel que rece: no hablar con la persona que conduce, el Ayuntamiento debe cambiar el cartel anunciador por el de Atención a la Ciudadanía, mi Colegio debe pasar a denominarse Colegio de la Abogacía y por último, si se trata de un hombre, debemos decir el paciente y si es una mujer la paciente. Por cierto, el pasado 14 de diciembre, la concejala independiente, Carmen Aceituno, planteó en el Pleno Municipal que el mencionado cartel fuera cambiado por otro, en el que se leyera ‘Atención a la Ciudadanía’, sustantivo que incluye a mujeres y hombres. Dos meses después, ahí sigue.
En este país, las normas jurídicas se cambian cuando a la clase política le viene en gana. ¿Por qué las normas del lenguaje no pueden admitir lo obvio? Será porque la obsoleta Real Academia Española está gobernada desde 1714 por hombres, siendo a día de hoy solo 11 las mujeres que han pasado por sus sillones. Han sido rechazadas mujeres tan valiosas como Emilia Pardo Bazán (en 3 ocasiones), o María Moliner, autora de uno de los diccionarios más completos de la lengua española.
Dicho de otra manera, la R.A.E es una institución misógina y patriarcal, que no quiere reconocer que la lengua también es de las mujeres, porque si nos nombran, si cambiamos el lenguaje, cambiamos la realidad y con este cambio (y otros) los privilegios masculinos irán llegando a su fin. O, dicho de otra forma, iremos facilitando la deconstrucción de la socialización masculina tradicional. Es el camino para llegar a una igualdad real. Y es de justicia. Como de justicia sería que académicos como Félix de Azúa fueran sancionados por hacer comentarios clasistas y machistas sobre mujeres, como los que hizo de la alcaldesa de Barcelona: “Ada Colau es una mujer que debería estar sirviendo en un puesto de pescado”. Y ahí sigue, en su sillón H, ocupando esa letra del abecedario que no representa sonido alguno.
El proceso de cambio está en marcha, el sistema capitalista-patriarcal hace todo lo que puede para evitarlo, pero como decía el dramaturgo ruso Chejov: “la sociedad avanza despacio, pero avanza”.
Un lenguaje bien utilizado, lo dice todo. Un lenguaje mal utilizado silencia o desprecia a las mujeres. ¡Nómbranos!
Estamos en 2♀18.