Ni la lluvia ha obligado a Miguel Betis a guardar su cámara en esta pasada semana de Mondas y, por ello, despide esta tradición que ha hecho historia con el retrato de una de las galardonadas con el Premio Ciudad de Talavera: la joven veterana Teresa Ortiz.
Teresa Ortiz es una de las muchas personas que llegó desde otro lugar para asentarse en este cruce de caminos que es Talavera. El primero de los Ortiz que descubrió la Ciudad de la Cerámica fue Rufino, padre de Teresa, que aterrizó desde Cantabria para vender barquillos en el Mercado de Ganados.
Por aquel entonces, se hizo popular el dicho de “qué ricos y que finos los barquillos del tío Rufino”. Y como Rufino comprobó que no le iban tan mal las cosas, pues animó a su hermano Ricardo a que le acompañara para que fabricara y vendiera helados durante el verano.
También llegó Teresa para atenderles a ambos y, de paso, ayudarles en el negocio. No obstante, la familia Ortiz permanecía en la ciudad desde Semana Santa hasta las ferias de San Mateo, pues tras este periplo regresaba a Entrambasmestas, su pueblo de procedencia.
Pero el amor cambió la vida de Teresa. Conoció, se enamoró y después de casó con Ángel Sánchez. Y se convirtió en una talaverana más. El matrimonio tenía una excelente relación con Santos, un discípulo de Ruiz de Luna, que pintó el carrito de helados que utilizaban con los colores de Talavera y que se inventó el nombre de El Polo Norte para el negocio que llevó al éxito a Teresa.
Pero antes de que el negocio floreciera, tuvo que vender muchos helados con su carro. En aquella época solo los hacía de nata, vainilla, fresa y chocolate. Ahora, a sus 87 años de edad y con una clientela rendida a sus pies, Teresa disfruta de la vida, sigue despachando limón granizado, horchata y helados del corte en su negocio y deja que sus hijos se afanen en la comercialización de la gran colección de helados que han creado los Ortiz y que sobrepasa la centena de sabores.