viernes, 22 noviembre 2024
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La verdadera revolución

En política sucede muy a menudo que algunos llegan a dominar los entresijos de la necedad a base de muchas pruebas y errores, no tanto por la dificultad del aprendizaje como por la escasa capacidad del aprendiz.  Y claro, cuando algo cuesta tanto de aprender y las capacidades son limitadas, es difícil que vean más allá de sus narices y se empeñen ya no en hacer jactancia de su obsoleta capacidad, sino en imponer como infalible su visión de las cosas.

Vivimos en un mundo vertiginoso, donde lo absolutamente novedoso dura segundos y donde lo imprescindible apenas resiste un suspiro. Estar al día es imposible, conocer todas las novedades y su manejo se antoja un trabajó titánico y tener nociones de todo cuanto surge a cada instante es simplemente una quimera.

Pero hay algo que varía muy poco: la escasa capacidad crítica del necio y el miedo a cambiar del impostor. El necio hace de su ignorancia fuente inagotable de sabiduría y el impostor combina a la perfección presencia y arrogancia.

Mientras, el mundo se mueve por los vericuetos de siempre pero con herramientas totalmente distintas.

En política la información sigue siendo un arma importante, pero cada vez importa menos lo que sepas o lo que ignores pues todo sucumbe a un sencillo gesto de emitir un voto cada vez más comprometido con premisas individualistas, con argumentos falaces y demagógicos y con la inmediatez de la rabia, el entusiasmo y el afán justiciero.  Los pseudolideres que se han dado cuenta de esto no dudan en izar banderas, en llamar a la sangre y al honor, en enarbolar una historia épica y un futuro alentador sin más argumento que ser uno de los nuestros.  El sentimentalismo de bragueta y entrañas se impone a la razón, al discurso, el diálogo y a la idea. No hay cuartel.

 Y esto, no nos engañemos, pasa en todo el espectro político. Pero. ¿Por qué? Muy sencillo, porque se ha hecho dejación de funciones.  Los ávidos de conocimiento, los que escudriñan entre la razón y la lógica, los que buscan en la ciencia y en la filosofía, los que crecen en el sentido común y en el asombro, los que huyen del conformismo y de la pesadumbre, los que lo intentan y lo consiguen, los que ven y miran al mismo tiempo, los que sopesan y deciden, esos, han hecho dejación de funciones. Han dejado que los otros, los que saltan tras vidas de acecho, los que reptan erguidos, los que lamen con sus palabras, los que hablan por no tener nada que decir, esos han ocupado el hueco. El hueco que nunca debió corresponderles y que sin embargo hoy es exclusivamente suyo.  Ahí está la verdadera revolución.

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