Morante de la Puebla se entregó en cuerpo y alma y ofreció una de las faenas que le debía a Madrid. El de la Puebla del Río hizo el toreo caro en el cuarto de la tarde donde cortó una oreja que pudieron ser dos, si el animal hubiese rodado al momento.
Lo que quedó claro en la tarde de este miércoles es que Morante está de acuerdo con todos. Y los que le silbaban, ayer le pedían los trofeos como locos. Pobres del que no quiera verlo. El genio de la Puebla volvió a aparecer y puso patas arriba el coso de Las Ventas.
El primero que abrió plaza fue un manso de cuidado. El de Alcurrucén no tenía nada dentro y hasta el tercio de varas fue complicado, ya que quería evitar por todos los medios. Morante, como bien dice, le gustan las cosas rápidas. No alargar lo que no se debe de alargar. Así que por lo tanto monto directamente la espada cuando cogió la muleta.
Y como hizo el día de Juan Pedro, le macheteo un poco por abajo y entró a matar directamente. No pudo estar más acertado. Los pitos por parte del público no tenían sentido alguno. Ante un manso donde no se le podía sacar nada, era absurdo continuar mareando la perdiz, como se suele decir. Eso sí, la espada mejor la olvidamos…
Lo que no sabía la gente es que Morante iba a armar la mariomorena en el cuarto de la tarde. Que el rey era el que estaba vestido de grana y oro sobre el albero, y no el que se encontraba presidiendo la corrida de toros. Casualidades de la vida el colorado que salía en cuarto lugar era de los toros que más había gustado en el sorteo.
Quizás esas casualidades podían existir y ya era hora de que le embistiera uno a Jose Antonio. Pero la realidad era diferente. Porque al de Alcurrucén todo se lo hizo Morante y todo fue fruto suyo.
El colorado no le dejó expresarse nada de nada al de La Puebla del Río con el capote. Insólito una vez más. El tiempo se echaba encima y era su último toro de la feria. Pero el cigarrero siempre desprende el tarro de los aromas. Se lo invento totalmente. Porque el rey vestía de grana y oro y en los tendidos se respiraba el olor a habano que cortaban en el aire.
Se enroscó por bajo al de Alcurrucén, inició la faena por ayudados y despertó los oles del presente. Podía e iba a ser. Su muñeca giró muy despacio, tan despacio que se paró el tiempo en Madrid. Únicamente se escuchaban los olés de fondo que gritaban desde el graderío. Mentón hundido, desgarro y abandono en la muleta del cigarrero.
Hubo naturales de bella factura y un cambio de mano que aún sigue perdurando en el tiempo. La faena estaba hecha. El público enloquecido. Los dos orejones estaban de camino. Parecía que la tarde del 1 de junio de 2022 iba a cambiar. Pero la tizona cayó caída. Qué lástima…
Porque a golpe de verduguillo tuvo que dar muerte Morante al animal para que los dos pañuelos blancos, se cambiarán únicamente por uno. Pero el recuerdo lo dejo. Su aroma también.
Los demás protagonistas
Julián López ‘El Juli’ entraba como sustituto del lesionado Emilio de Justo. Una sustitución más que merecida para el madrileño que se había quedado muy cerca de abrir la puerta grande en San Isidro si no hubiese sido por la espada. Pero no fue la tarde donde estuvo más inspirado el madrileño.
Su primero -de un pelaje único, bello y llamativo- prometía chispa desde el primer momento. El inicio fue muy bueno, pero cosas de la vida, la faena cada vez se iba diluyendo más. Quizás se jadeó más de lo que se debería desde la grada; porque hubo tardes mucho mejores del madrileño. Para colmo los fantasmas con la cruceta volvieron a aparecer.
El quinto de la tarde fue emotivo. Emotivo por el brindis que hizo a su compañero -al que sustituyó- Emilio de Justo-. Un brindis de torero a torero. Un brindis de categoría humana. El Juli se equivocó por completo en el planteamiento de su faena.
Buscando por abajo al de Alcurrucén donde no encontró nada. Un encierro prácticamente vacío por dentro y muy frío como suele ser el encaste Nuñez. Pero quizás más frío de lo normal. Pero la espada volvió a ser un lastre una vez más. Numerosos intentos en esta ocasión.
Ginés Marín tuvo un inicio de muleta impecable con el tercero de la tarde. Se dobló con gusto y torería. Un inicio muy armónico y por abajo, en definitiva, muy plástico y estético para lo visual. Pero el de Alcurrucén perdió fuelle en la muleta y se diluyó. Una estocada que precedió de un acertado descabello para llevarse una fuerte ovación por parte del público.
El sexto y último que cerraba plaza, era otra pintura de los hermanos Lozano. Una pintura tan grande que estaba el animal perdido. Yendo de un lado a otro de la plaza, sin sentido alguno. Sin poder acoplarse en ningún terreno Ginés. A base de comerle mucho los terrenos y asentarse en el morro del de Alcurrucén pudo sacarle algo.
Allí pegado a la puerta de toriles. En un gesto de valentía. Montando un alboroto por el derecho en una faena donde puso todo lo que faltaba. Es decir, todo. Ginés que había estado tan acertado y con tanta entrega, no lo estuvo con los aceros. Haciendo caso omiso a llegar a descabellar al animal. Quizás pesaba el miedo de poder perder una posible oreja si fallaba con este. Llegando a sonar los dos avisos. Habiendo petición de oreja pero sin llegar a cuajar.